Capítulo 16

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Capítulo 16
Jugando con fuego
En el sueño, Amber era un panda.
Y ella no era la unica: Todos los que vivían en el Instituto eran pandas.
Todos bailaban como alguien que no tiene ni la menor idea. Los pandas tenían una camisa que decía sus nombres.
Amber al primero que pudo reconocer bien fue a Garrett, que era mas peludo que los demás.
Tambien todos tenían sus propias "marcas personales"
Isabelle con una peluca roja.
Los ojos azules de Jem.
Un panda que era mas palido que los demás, seguramente Gideon.
La tierna y patética forma de como Logan bailaba.
Unas pecas rosas de Marceline.
Etcétera.
Los pandas no tenían manchas exactamente, sino Marcas negras que resaltaban mas que todo lo demás.....
Amber abrió los ojos con rapidez con el ceño fruncido.
Al instante se dio cuenta de que no estaba en su habitación. Parecía una enfermería. La chica se llevó la mano a la frente
-Que sueño mas raro- murmuró
Estaba envuelta en muchas sabanas delgadas, al lado izquierdo había una mesita de noche, donde había dos notas, cada una con una caligrafía totalmente diferente y una rosa.
Amber tomó la primera nota, que decía:
«Fue mi culpa. Debí de protegerte yo. J.»
La chica ya sabía de quien era la nota. La caligrafía de Jem no era muy esforzada, se veía que la había hecho como si estuviera estado escribiéndola arriba de un caballo en movimiento. Amber se encogió de hombros y tomó la siguiente nota
«Siento mucho lo que pasó. Fue mi culpa por no cuidarte como debía de haber hecho. Me siento muy profundamente apenado contigo. Perdóname y mejórate :). Te quiere Gideon» Él, en cambio, se había esforzado más.
La chica tenía un dolor de cabeza horrible, era como si tuviera un martillo dentro de su cabeza. O no solo uno, tal vez todo un desfile.
Se desenredó de ese lío de sabanas blancas, y vio de reojo llevaba una típica bata de hospital. ¿Ni siquiera se habían molestado en ponerle algo suyo?. Se levantó de la cama, gruñendo.
Al tocar el frío de baldosas blancas, se estremeció. Fue como si un rayo frío que venia del suelo la atravesó hasta el cuello cabelludo. Miró a su alrededor. Había como otras cincuenta camas iguales ordenadas como fichas de dominó en toda la alargada sala. En el centro de la habitación, había un pilar con grabados de runas que Amber no conocía en absoluto.
Ella se dio cuenta que, al otro lado de la sala, había un botiquín. Ella fue allá con los pies arrastrando, y sintio como si algo no estuviera en ella.
Algo vacío.
Sintió un hormigueo en el brazo derecho, y cuando intento rascar ahí, no pudo. Algo grueso se lo impedía.
Frunciendo el ceño, bajó la mirada a su brazo: estaba vendado. Aparte, era sostenido como por una bolsa de tela, esta unida con un "cinturón" al hombro izquierdo de Amber.
Ella ahogó un grito, no lo había visto, trató de recordar por qué lo tenía...
Una imagen de Francesco Vailati le llegó a la cabeza, seguido de una fiesta, sangre, vampiros, su hermana...
¡Su hermana!
La habían rescatado la noche anterior... Si es que ese era el día siguiente de la fiesta. Estar inconsciente porque te golpeaste no era algo de cinco semanas. ¿O si?
Amber quería ver a su hermana, pero el dolor de cabeza era peor.
Siguió arrastrándose hacia el botiquín tratando de pensar y recordar que había pasado. Francesco de seguro había escapado después de dejarla inconsciente. ¿Y si la había mordido? Trató de no pensar en eso. La mirada de dolor de Alexandra brillaba en sus recuerdos y ardía. Ella nunca se hubiera dejado ver en esas condiciones, nunca. «El lado debil de alguien es la única cosa que nunca debe dejar ver» siempre decía su padre, siempre. Unos años atrás, Alexandra se veía muy nutrida y fuerte, pero nunca estuvo gorda. Siempre fue una figura mejor que Amber, una hermosa hermana mayor... Pero, cuando Amber la vio en ese escenario, se veía torturada, hambrienta y moribunda...
La chica chocó contra una pequeña caja de metal que estaba en la pared. Se golpeó la nariz y gritó, soltó todas las groserías que se sabía y luego recobró la compostura.
Aparte de romperse el brazo, de seguro ya tenía rota la nariz
Abrió el botiquín y solo había vendajes, tres estelas, unas pinzas, pomadas de todo tipo y nada mas, lo que la hizo desilusionarse. ¿Tanto recorrido para nada? Era el colmo.
-¿Es que nadie puede aparecer mágicamente, decirte que no hay una maldita aspirina y ahorrarte un recorrido del noveno infierno?- gruñó para ella misma
«Si no hay en una enfermería una simple aspirina, ¿Dónde más puede haber?» pensó la chica.
Amber se giró a regañadientes y de nuevo hizo su largo recorrido, arrastrando los pies.
Tenía que ir a cambiarse primero, no sería bonito que alguien la viera asi, como una niña sacada de una película de terror.
«Bueno, a ver si distrayéndome en otra cosa se me quita este maldito dolor» se propuso
Desde que vivía ahi, podía identificar pasillos por algo insignificante pero de gran ayuda; un cuadro mal colgado, una alfombra o algo asi.
Menos es mas.
Por primera vez, ella pudo dar con su habitación sin necesidad de otro intento.
Entró, cerró la puerta con seguro y se sacó la horrible bata. La aventó a "quien sabe donde" y fue a su armario.
Al abrir las puertas, se preguntó que habrá pasado con su hermoso y ensangrentado vestido azul con puntos blancos que Marceline le había conseguido.
Se puso una blusa color perla, que estaba holgada de la zona del pecho, un short azul con puntos azules y unos zapatos dorados. Como siempre, el azul la hacían ver muy bien. Aunque fue muy dificil vestirse con tremendo vendaje.
Se peinó una media coleta y la adornó con un moño del mismo color que su blusa. Su cabello estaba ligeramente ondulado, se veía radiante. Y ella también, a pesar del aspecto de monstruo que tuvo la noche... de la fiesta.
Se pintó los labios de un rosa muy lindo y suspiró.
Aunque se había distraído un poco arreglando su ser, aún le dolía la cabeza horrible.
Gimió a su reflejo y luego suspiró.
Salió de la habitación, para ir a habitación de Gideon, la única persona en la que podía confiar y que lo pudiera visitar sin perderse. Golpeó la puerta varias veces, esperando respuesta. Impaciente, golpeó de nuevo la puerta. Frunció el ceño, pues Gideon siempre abría rápido.
La chica tomó el picaporte, lo giró y entreabrió la puerta. Asomó la cabeza y examinó la habitación. Gideon estaba ahi, dormido, envuelto de sabanas rojas y blancas como una momia. Se veía que nadie podría despertarlo, ni siquiera un concierto de rock a su lado.
Amber asintió y volvió a cerrar la puerta lentamente, procurando no hacer ruido para no despertarlo.
Había un reloj antiguo en frente de Amber, que marcaba que ni siquiera eran las ocho.
Se escuchó un horrible lamento por todo el pasillo. Amber brincó de horror y su pulso se aceleró. Decidió ir al lugar donde provenía ese horrible lamento, que poco después se escuchó uno idéntico.
La chics se dio cuenta que el lamento no venía de ese pasillo, sino del siguiente. Giró a la derecha y solo vio puertas cerradas. Suspiró y siguió caminando.
Cuando iba a mitad del pasillo, escuchó murmullos desesperados y de voz femenina. La chica giró la cabeza.
El lugar proveniente de los lamentos era una oficina, que la mostraba unas puertas dobles abiertas de par en par. En el centro de la habitación, había un escritorio, y todas las paredes tapizadas de estanterías con libros, excepto una pequeña parte, donde había una ventana.
Sentada detrás del escritorio, estaba Christine Fairchild. Su cabello estaba desordenado y ella demasiado pálida, su escritorio lleno de papeles y libros. Una pequeña representación de la Tierra, parecía lo unico en orden.
-Hola, Christine- murmuró Amber, tratando de no alterar a la mujer mas de lo que estaba.
Christine alzó la cabeza, asustada. Tenía ojeras, se veía demasiado cansada y sus enormes ojos verdes estaban detrás de unos lentes enormes. Su aspecto era terrible. Amber omitió hacer un comentario sobre eso.
-¡Amber!- dijo Christine, que se escuchó mas bien como un gemido-. Pensamos que no despertarías. Tenías un aspecto horrible.
-Yo también lo pensé- coincidió Amber, sonriendo
Christine hizo un gesto para que Amber se sentara en la silla vacía que estaba a unos centímetros del escritorio, algo que le recordó a Amber el primer día que estuvo ahí.
Esta vez, ella cedió y se dejó caer en la silla.
-Gideon y yo te estuvimos cuidando toda la noche, esperando a que despertaras. Te vendé el brazo, que me dijeron que estaba roto. Gideon me dijo que te quedaste inconsciente de un golpe y que Francesco Vailati te atacó. También Jem estaba ahi, de un lado al otro, rodeando tu cama como un alma en pena, esperando a que despertaras y discutiendo con Gideon sobre de que él tenía la culpa y viceversa. No te imaginas las veces que se llegaron a gritar, Gideon estaba mas enojado que triste, imagínate como estuvo el lío como para que él se enojara. Pobres.- explicó la directora del Instituto-. Hace una media hora que se fueron a dormir.
-Y... ¿Cuánto estuve inconsciente?- preguntó Amber
-Solo esta noche, no te preocupes.
-¿Dónde está Alexa....?- empezó Amber
-La hospedamos a dos habitaciones de la tuya, para que pudieran visitarse mutuamente. No dejó que nadie se acercara a ella, ni siquiera quiso comer hasta que la llevaron a verte en la enfermería, pero se terminó enojando más al ver a su hermana desmayada... Pero al final terminó durmiendo. He pensado que los Hermanos Silenciosos podrían ver en su memoria y también averiguar cosas de Francesco- interrumpió Christine
«Solo hay que esperar a entrar en confianza» Amber escuchó una voz en su cabeza, que no era de ella. Sacudió la cabeza, extrañada
-¿No crees que deberíamos esperar a que se recupere un poco? Está muy cansada. Quién sabe que le hicieron- repuso Amber
-Creo que tienes razón. Pero... No se si funcione con ella, es una mundana. Los Hermanos Silenciosos solo trabajan con cazadores de... bueno, los Hermanos fueron cazadores de sombras algún día- comentó Christine-. Deberíamos de probar.
-Christine....- susurró la chica
-¿Sí?- respondió Christine
-¿Por... por qué estás tan... desesperada?- se atrevió a preguntar Amber
Christine, al acordarse, se cubrió la cara con las manos.
-El hijo de Stefan Trueblood, Samuel, ascendió al puesto de Cónsul hace dos días. Tengo que buscar un buen argumento para que no me quite el Instituto- gimió Christine.
-¿Y en qué te equivo... nos equivocamos o que?- Amber le tomó las manos a la madre de Marceline en un gesto de compasión
-Se hizo un desastre en la fiesta, perdimos y no capturamos a Vailati- graznó Christine, limpiando una lágrima que resbaló de su mejilla.
-Te prometo, Chris, que ese tal Samuel va a tener que pisar mi cadaver antes de que te pase algo, o a nosotros los que habitamos aquí- Amber trato de mirar a la mujer a los ojos.
Christine era muy fuerte, como para guiar una misión con esa intensidad ella sola, sin nadie más que la apoyara en la Clave. También era viuda, sospechó Amber, ya que no había aparecido su marido por ahí.
-Gracias, Amber. Gideon, Gwendolyn... aunque no habite aquí, Marceline, Isabelle, Logan, yo, Garrett... un poco, pero hasta Jem te tenemos afecto, si tu me defenderás, los demás lo harán.- sollozó la mujer-. Pero... perdóname por lo que diré pero.... a la mayoría de los cazadores de sombras, les vale la opinión de un mundano que ronda entre nosotros, en este caso, como Alexandra, Isabelle y tú.
-Te creo- murmuró Amber
-Es por eso que estoy aquí, en esta oficina, hundida en estrés, porque necesito buscar una forma de....- Christine le dio un libro-. Mira, este libro es de la biografía de Francesco redactada por Gwendolyn Fell. Ella lo ha conocido desde que tenías quince años. He estado hojeándolo para ver si puedo sacar algo de eso.
Amber le devolvió el libro a Christine.
-Te quisiera ayudar, Chris, pero me duele la cabeza de los mil demonios y en la enfermería no hay aspirinas o algo asi- se lamentó Amber, seguido de un suspiro profundo.
Christine, al oír eso, apretó el mentón y sus ojos se humedecieron. Lo trató de ocultar, pero sin éxito.
-Bien. Tal vez en la sala de entrenamiento pueda haber algo- Christine apretó los labios
-Pero yo no se donde están las cosas ahí- murmuró Amber.
-A lo mejor Jem está ahí. Cuando se pasa la noche en vela, enojado, se va a perder el tiempo entrenando, mascullando cosas en alemán.- indicó Christine, sonriendo de medio lado.
-¿De verdad?
-¡Ah, claro que lo se!- exclamó Christine, sonriendo enseñando los dientes-. Lo conozco desde que él tiene doce, pero es lo único que se que siempre hace.
-Impredecible- dijo Amber
-Ve a la sala de entrenamiento, Jem te ayudará y estará feliz de que hayas despertado- soltó la mujer.
«Y sobre todo Jem estará feliz de verme» Amber asintió y se levantó de la silla. Cuando cruzó el marco de la puerta, giró la cabeza de nuevo hacia atrás. Christine seguía en la misma postura que unos momentos antes. Observaba a Amber, y se mordió el labio cuando su mirada pasó por el brazo roto de la chica. Esa mirada era protectora y maternal, como si Amber fuera hija de ella. Era agradable.
-Mejórate, Abby- se despidió Christine-. La sala de entrenamiento sabes que está en el piso de arriba. Gira a tu izquierda, termina de recorrer el pasillo, gira a la derecha y al final del pasillo hay unas escaleras negras «de caracol», subes y la puerta de cristal es la sala de entrenamiento- indicó
Amber asintió dando a entender de que lo haría, sonrió a la directora una última vez y se giró a la izquierda, empezando a hacer su recorrido.
-¡Espera!- gritó Christine desde la oficina.
Algo impaciente, Amber retrocedió.
Christine estaba en el marco de la puerta, con una piedra brillante en la mano. La luz la hacía ver mas joven y energética.
-Esta es una piedra de luz mágica, los Cazadores de Sombras las usamos como linternas, por así decir- explicó Christine, y le lanzó la piedra a la chica, que la atrapó al aire-. Usala para iluminar el pasillo.
Amber asintió y se fue, tratando de recordar las indicaciones de Christine.

Corazón Metálico || Shadowhunters || No. 1 (Primera edición en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora