Capítulo 3.

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Matthew

Eran las 9 de la mañana, o eso creía. Ahora que no tengo clases no controlo la noción del tiempo. Me levanté porque mi perro me vino a lamer la cara, algo que siempre hacía cuando tenía ganas de hacer pipi. Con mucha lentitud me levanté de la cama, me estire un poco, tenía mucha pereza y no quería salir. Me agaché y cogí los zapatos para ponérmelos.

- Ya voy, Bartolo. No seas impaciente, ya sabes que en esta vida la paciencia es una virtud fundamental - dije mientras buscaba su correa, pero por más que movía las cosas no aparecía por ningún sitio - A lo mejor es más fácil y salimos antes si me ayudas a buscar tu correa, ¿no crees? Son tus cosas, deberías de estar pendientes de ellas. Eres mayorcito ya - como si mi perro lo entendiera, se puso a olfatear toda mi habitación.

Después de casi cinco minutos encontramos la correa debajo de mi cama. ¿Cómo acabó ahí? No lo sé, podría asegurar que Bartolo jugó con ella y se le metió ahí abajo. Le puse su correa y él no paraba de mover su cola, le emocionaba mucho salir a paseas, sobre todo cuando cogía comida del suelo y salía corriendo para que no pudiera quitárselo. Antes de salir de mi casa cogí las llaves, bajamos por las escaleras para hacer un poco de ejercicio. En cuanto abrí la puerta Bartolo tiró de mi y me llevo hasta la esquina para hacer pipi.

Dimos un pequeño paseo por la cuadra, ya que no podíamos irnos a más de 500 metros de nuestros domicilios. No era la gran cosa, solíamos dar largos paseos, casi siempre caminábamos alrededor de una hora y, ahora, a duras penas y podemos estar cinco minutos en la calle. 

Todo gracias a un virus, parece surrealista, cuando en las noticias avisaron que nos iban a confinar todo fue un caos. Parecía una película, los supermercados vacíos, la gente tapada de pies a cabeza, en fin, un desastre.

Al principio la idea de hacer un confinamiento me pareció exagerada, pero viendo las noticias, me di cuenta de que el virus se propaga más rápido de lo que creí. Igual, yo quería pasar la cuarentena con mi abuelo materno, ya que mis padres iban a mudarse, pensaba quedarme con él, pero murió hace unos días y como en la casa de mi abuelo solo estábamos él y yo, mis padres decidieron que era mejor que viniera aquí. 

Sinceramente, no me gusta mucho ir a sitios nuevos, ya que me costaba coger confianza y cuando pensé que tenía que venir, me di cuenta de que cuando todo esto de la cuarentena terminara, tendría que ir a la universidad, hacer amigos y todo eso me daba pereza. Más que nada porque no sabía cómo entablar una conversación.

Ya habían pasado los cinco minutos de paseo, así que empecé a empujarlo de camino a casa. Él pareció notarlo y se negaba a caminar.

- Vamos, Bartolo, es hora de irnos. Sabes que si pudiéramos seguir iríamos a otro sitio por más tiempo – movió la cabeza a un lado y me saco la lengua. Le sonreí y acaricié su cabeza, amaba a este perro.

Cuando llegué, noté que mi mamá había hecho el desayuno. Ya no podía seguir durmiendo, así que me fui a lavar las manos y me senté en la mesa, donde ya todos estaban comiendo.

- Veo que has hecho una nueva amiga, ¿no Matty? - dijo mi madre, asentí en modo de respuesta - Eso es bueno, ¿no? - preguntó, ella sabía que me costaba mucho hacer amigos, nunca había sido un chico muy sociable, solía esperar a que alguien me hablara para comenzar a entablar una conversación.

- Si, creo, no se. Nayara es muy simpática - dije y le di un mordisco a mi tostada – Es graciosa, deberías conocerla, seguro os caería bien.

- Y muy guapa - añadió mi hermano mayor, Logan, guiñándome un ojo – Yo también la he visto, hermanito. Déjame decirte que si tu no la quieres me la podrías presentar.

Amor de cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora