Dos.

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•Cínico•Capri

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Cínico•
Capri

Mi primera noche en el pueblo parecía tranquilidad pura. Tomaba de mi bebida favorita: un delicioso chocolate caliente. Adoraba ver cómo algunos malvaviscos flotaban en él mientras descansaba recostada sobre los cojines que simulaban un sofá debajo del ventanal en mi habitación. Soplaba y daba pequeños sorbos. La resplandeciente luz de la luna llena alumbraba la noche y, aunque no resaltaban todas las estrellas, la vista era maravillosa. Disfrutaba de ella sumergida en mis simples pensamientos, al menos hasta que mis ojos captaron algo extraño. Pude ver cómo alguien salía a través de una ventana y de manera sigilosa se escabullía entre las plantas para no ser visto. Quise preocuparme un poco, podría ser un ladrón, pero pronto esas suposiciones desaparecieron, pues logré entender que, usando una chaqueta negra, Alek se «escapaba» de casa. El tercer piso gozaba de grandes privilegios y, entre ellos, estaba el largo alcance de la vista que se tenía. El chico subió a un auto oscuro junto a otros dos y una muchacha que, con desespero, se abalanzó sobre él para plantarle un ardiente beso de bienvenida.

Solo observé y continué sorbiendo de mi bebida caliente.

🐌

Desperté temprano, daban las seis y media de la mañana. Los últimos meses habían sido así, mi cuerpo ya no me dejaba descansar por más tiempo, pedía a gritos levantarse y yo obedecía sin rechistar. Tomé la rutinaria ducha caliente y en uno de mis acostumbrados vestidos primaverales color pastel, bajé a la cocina para poder saciar el hambre que mi estómago sentía con fiereza. Era esa predecible persona que suele mover en el tablero sus piezas siempre en la misma dirección y, aunque deseaba cambiarlo, mantenía la mayoría de mis manías.

Aún no esclarecía el cielo por completo, el interior de la casa se conservaba ligeramente oscuro, y eso ocasionó que, al entrar a la cocina, pegara un brinco. Un horrendo susto me causó el ver un bulto sentado sobre uno de los banquillos de la isla. Mi pecho se aceleró, incluso dolió. Distinguir a Alek ahí, usando aquel tétrico semblante, vaya que causó terror.

— ¡Por Dios! ¿Qué haces aquí? —exclamé con la mano sosteniendo mi pecho.

Su rostro se contrajo, parecía molesto.

—No grites, niña. —Masajeó sus sienes.

Tomé aire para calmar mi pobre corazón alborotado antes de poder hablar con más tranquilidad.

— ¿Acabas de llegar? Santo cielo, son las seis de la mañana.

Percibí el desbarajuste en su mirada y entendí lo que su interior se preguntó: ¿Cómo yo sabía aquello? Ups. Necesitaba aprender a ser más coherente con las palabras que salían de mi boca si quería encajar en la sociedad, pero ¿a quién podría engañar? Siempre había sido una inoportuna y lo sería hasta que mi corazón dejara de latir.

LA PRIMERA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora