Tres.

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•La fiesta•Capri

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La fiesta•
Capri

Respiré el aire de un nuevo día. Conforme el tiempo transcurrió, algunas nubes grises opacaron el brillo del sol y eso despertó un precioso sentimiento en mi interior, es decir, adoraba los días nublados. Para muchos significa tristeza o melancolía, un día perdido en el que reina la flojera, pero para mí era una bella lupa que reflejaba la maravilla de poder caminar sin el molesto sol sobre tu piel, el fresco viento recargándote y la simpleza de aquellos no tan comunes momentos.

—Es que no puedo creer cómo se atreve a irse dos días se-guidos ¡sin avisar! —Tara farfullaba para sí misma en la cocina.

—Buenos días —le interrumpí alegre—. ¿Qué veremos el día de hoy?

—Ay, mi niña —respondió en medio de un suspiro, colocando la mano derecha sobre su pecho—. Gracias al señor estás aquí. —Sonrió—. Ahí está tu desayuno, come y después nos enseñaremos a cocer y hervir.

La manera en que Tara explicaba la forma de hacer cada cosa se podía categorizar como mágica. Con ello y, a pesar de ser tan solo la segunda sesión, me sentía como la chef más sabionda del planeta. Sí que era una sosa, pero una muy feliz que sabía apreciar las pequeñeces en las situaciones cotidianas vividas.

Decidida, me encontraba por regresar a mi habitación cuando Alek entró a la cocina y su madre lo abordó sin ningún filtro frente a mí. Parecía estar molesta con él y tal vez, de cierta manera la entendía.

—Un pajarito me contó que hoy hay otra fiesta.

Distinguí cómo Alek puso los ojos en blanco antes de arrugar la nariz en una mueca de desagrado.

— ¿Quién? ¿Drax o Amber?

Tara cruzó los brazos frente a él y suspiró, mostrando una seriedad sepulcral que si al hombrecillo rubio no le afectó, a mí sí. Percibí su molestia solo viéndole.

—Si quieres ir a esa fiesta, tendrás que llevar a Capri contigo.

Mi boca se abrió por completo y en cuestión de segundos sentí la mirada del chico sobre mí, en un fugaz vistazo.

— ¿A la niña?, ¿no te da miedo que pesque un resfriado?

—Confío en ti y sé que la cuidarás.

— ¿Y si no la llevo? —Alzó una ceja e imitando su acción, cruzó también los brazos frente a ella.

—No vas.

La mujer terminó con una tierna sonrisa y continuó lavando la loza mientras tarareaba una alegre canción. Alek me miró con seriedad por sobre el rabillo de su ojo y sentí una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo. Era preocupación en su máximo esplendor.

— ¿Te gustan las fiestas? —preguntó.

Me encogí de hombros.

—Solo he ido a las del instituto.

LA PRIMERA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora