Diez

970 125 91
                                    

•Ojeras•Capri

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

•Ojeras•
Capri

Cruzaba el habitual camino hacia la casa del árbol después de mi clase de cocina con Tara; el sol brilla fuerte y perfecto desde la altura, el cálido clima se sentía. El pueblo solía ser impredecible, a veces lluvioso o nublado, ventoso o con el calor a su máximo esplendor; y mientras pensaba en la complejidad del pueblo, Arnaldo apareció frente a mí con una de sus grandes sonrisas. Él y Tara eran una pareja de encanto, y a juzgar por el hijo que juntos habían criado, no podría desmentirlo.

—Buenas tardes, Capri. ¿Podrías decirle a Alek que las piezas del Porsche que pidió, ya están en el garaje?

—Por supuesto, yo le aviso. —Sonreí y continué mi camino hasta llegar a mi destino, encontrándome con la rubia melena que se meneaba al ritmo de los martillazos—. Hola-hola, carpintero del año.

—Caprichos —saludó con una pequeña reverencia antes de seguir clavando las maderas.

—Te traje un poco de pudín—dije y lo coloqué sobre la mesa en la que poníamos las herramientas—, y tu papá dijo que las piezas del Porsche están en el garaje.

Sonreí al notar el disimulado festejo que hizo al cerrar los puños de su mano con fuerza.

—Gracias, niña.

—De nada, ¿cuáles clavos te pasaré hoy? —bromeé.

—De hecho, quería preguntarte dos cosas —soltó, mirándome con atención—. ¿Qué clase de decoración planeas para el interior?

—Bueno, había pensado en unas cortinas blancas, algunas lámparas... blancas también. Muchísimos portarretratos blancos por todas partes con fotos como... —Saqué mi teléfono y le tomé una foto—. Exactamente esta. —Le mostré la pantalla del celular, sonriente—. Las fotos desprevenidas son las mejores. Y por supuesto, debe haber cojines puf enormes para sentarnos en ellos y...

—Déjame adivinar —bufó—, blancos.

—Por supuesto que no, Alek. No todo puede ser blanco. Estos serán grises.

—Te falta el negro y parecerá toda una cárcel.

Reí apenada, pues había dado justo en el clavo.

—De hecho, iba a sugerir algunas decoraciones negras.

Suspiró y alzó sus manos, meneando el rubio cabello al negar como si yo en verdad fuese un caso perdido.

—Bien, esta es tu casa, no mía. Estropéala como mejor te plazca.

— ¿Cuál era la segunda pregunta? —inquirí curiosa.

—Bueno... —Se deshizo del martillo y caminó hasta quedar frente a mí. De nuevo, sus hermosos ojos azules estaban tan cerca de mí que las piernas me traicionaban. Su mirada comenzaba a ser una debilidad y no contaba con una respuesta adecuada al cómo responder, mucho menos al por qué—. ¿Quieres ir a una fiesta hoy? Prometo cuidarte mejor que la última vez.

LA PRIMERA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora