Siete

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•Mierda•Alek

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Mierda•
Alek

El frío viento de la noche era particularmente perfecto para un buen rato en la pista. Drax acababa de llamar y todo se encontraba listo. El estúpido alguacil no se entrometería en nuestros asuntos porque estaba en una cita con su madre. ¡Carajo! Amaba a esa mujer y a su pasión por los hombres.

—Caprichos, ¿podrías apagar la luz?

Con aquella típica postura de realeza, la niña caminó hacia la lámpara y presionó el botón que nos dejó a oscuras, bajo la luz del cuarto creciente que iluminaba el cielo estrellado aquella noche.

— ¿Sabes? He pensado en que realmente me encantaría que la casa tuviese un puente, como esos que cuelgan de los acantilados, aunque, claro está, aquí no habrá un barranco —sugirió y suspiró, observando nuestra creación—. Pero sería increíble poder entrar a ella mediante un colgante. —Me miró, sonriendo con emoción.

La casa del árbol se encontraba ya muy avanzada, pues estas tres semanas no habían transcurrido en vano. Sin embargo, ella sugería nuevos acabados día con día, y eso comenzaba a desesperarme, aun a pesar de divertirme.

Fruncí el ceño cuando mi lenta cabeza carburó lo que acababa de proponer. Esta pequeña mujer salida de algún extraño cuento para niños, no conocía los límites de la cordura. Estaba loca, o al menos a mí me lo parecía.

—Eres tan...

—Caprichosa.

—No, no tiene nada que ver con eso —aclaré y tomé un trago de mi botella de agua—. Eres ideática y una loca.

Ella rio. Demonios, su fina risa era tan sofisticada, que el sonido de la misma me llenaba el esqueleto de miedo y una porción de incredulidad. ¿Cómo podía existir alguien como ella? En verdad parecía ficticia.

—Aleksanteri, quiero la mejor casa del árbol.

—Y así será, sólo porque yo la estoy construyendo —canturrié.

Sus ojos cafés rodaron hasta colorearse de blanco y una sonrisa jocosa se formó en mis labios como respuesta. Era divertido pasar el tiempo con ella.

🐌

Nos encontrábamos sentados en el techo y cofre del amado auto perteneciente al padre de Olaf, un viejo Volkswagen color aguacate. Drax aventaba en nuestros rostros el humo de su cigarro mientras yo, ocasionalmente, se los quitaba para arrojarlos al suelo en dulce y merecida venganza.

— ¡Joder, Alek! Ya para, es el maldito tercer cigarro que me echas a perder —gruñó.

Reí con maldad pura. Debo admitir que lo disfruté.

—Entonces deja de restregarme el humo en la cara, o haré que también te termines las dos cajetillas que guardas en la guantera.

—Alguien anda de mal humor, ¿hah? —Olaf habló.

LA PRIMERA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora