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💋 En algún momento del pasado

El frío de la mañana penetra su piel sin contemplación, pero no le importa, ama el frío desde pequeña, incluso desde que ella no puede recordar. Su cabello largo está regado por todo su cuerpo, cuerpo que tiene desnudo. La alarma de su celular suena y ella sin abrir sus ojos toma el teléfono, ya de memoria cancela la alarma. Se quita la poca sábana que cubre sus pies, quiere sentir más frío, quiere sentir como agujas atraviesan su piel, llegando a los huesos. De pequeña siempre su padre buscaba de abrigarla cuando se quedaba dormida, pero no pasaba mucho tiempo cuando comenzaba a moverse para poder quitarse las sábanas de encima. Odiaba tener calor.

Sin pensarlo más, decide levantarse de la cama, su noche estuvo un poco movida, había estado muy ocupada y eso le encantaba. Al colocar sus pies en el piso frío sonrió, estiró sus manos por encima de su cabeza y dio un bostezo lento y grande, seguido de un gemido. Le encantaba despertarse así, sintiéndose viva.

Pocas veces se sentía de esa manera.

Ella murió el día en que su padre y único amor lo hizo.

Lo extrañaba demasiado, y ¿Cómo no? Si era la persona más importante en su vida. Tan cálido, tan atento y tan tierno. Su "caballero", cómo solía llamarlo e imaginarlo de pequeña. Murió cuando ella tenía catorce años; se fue dejándola sola y triste, abandonada y destrozada; aunque estuviese con su madre nada era lo mismo. Su mamá era una linda mujer, pero nunca la amaría como amó y ama a su difunto padre. Y mucho menos luego de que hiciera lo que hizo.

¡¿Cómo pudo darle reemplazo a su padre con solo un año de muerto?! ¡¿Acaso nunca lo amó?!

Esos jamás se lo perdonaría.

Jamás.

Miró su reflejo en el espejo grande de su habitación, su rostro blanco y sin color gracias a su madre, una mujer blanca como la leche, de cabellos largos y oscuros. Pero tenía los labios, los ojos y la nariz de su padre. Pasó sus manos por su rostro, pudo ver pequeñas gotas de sangre en ellas.

No se inmutó cómo lo haría cualquiera, simplemente las admiró recordando lo sucedido la noche anterior. Como había podido, al fin después de tanto tiempo, de tantos años, sentirse viva. Recordó con emoción los hechos de la noche:

La luna estaba alta, grande y sola en el cielo, apenas una pequeña estrella se podía mirar a su lado. Nada más, ni nubes. Todo el día había estado impaciente, se había sentido frustrada y vacía, el recuerdo de su padre la atormentaba de una manera horrible; rompiendo su corazón en mil pedazos. Así que movida por la intranquilidad, el desespero salió a la calle, no sabe cuanto caminó, pero de pronto se vio en un parque; bueno, no en uno bonito como tal, era un cementerio, el cementerio donde estaba enterrada su madre.

Madre... esa mujer no merecía ser llamada de ese modo. ¡Era una perra! Entró al cementerio sin pensarlo mucho, caminando como alma en pena por todo el lugar, cuando de pronto vio a lo lejos, en una de las lápidas a un chico. Se quedó paralizada, ¿qué hacía ese chico allí y a esas horas? No pasarían más de las doce. En modo cauteloso se fue acercando poco a poco al chico, este ni la notaba, parecía perdido en sus pensamientos; al estar más cerca pudo notar que estaba fumando. Caminó otro poco, cerca de allí estaba la lápida de la mujer que la trajo al mundo. De pronto sus pies pisan un palo y este al romperse hace ruido, haciendo que el
chico se exalte y se levante de golpe, empuñando una navaja en su mano izquierda.

—¡¿Quién anda ahí... —sus palabras se cortan cuando lo que ve es lo que menos se esperaba— ¿Qué mierda?

Susurra anonadado; ¿sería producto de la droga lo que ve? Se preguntó en su mente.

—Tranquilo —la voz de la chica fue suave, para nada asustada—. No soy un fantasma.

Ella sonríe pero aún así el chico no baja su mano. Se miraba desorientado, pobre chico, pensó ella. ¿Qué de mal le estaría pasando para estar fumando marihuana en un cementerio?

—¿Quién eres? —pregunta él con su voz rasposa.

Esa chica parecía un Ángel, era hermosa. La luz de la luna alumbraba tanto que podía verla muy bien. Su piel era blanca, sus ojos se miraban negros; el vestido blanco de seda le quedaba de infarto. Seguro que se lo estaba imaginando.

—Solo una chica —dice dando un paso al frente, aunque el chico titubeó, no bajó la navaja—. Ya te dije que no soy un fantasma, baja eso—él mira su mano y avergonzado baja la navaja, pero no la guarda—, solo vine a tomar aire y...

—¿En un cementerio? —la pregunta del chico la interrumpió, pero no le tomó importancia.

—Sí, caminé y sin pensarlo llegué aquí, además... —hizo una pausa y tragó grueso—. Por allá está enterrada mi madre.

El chico sigue con la mirada donde ella señaló con su boca, ella al notar que él no hablaba ni se movía, caminó un poco más cerca de él y se sentó en la lápida donde él había estado sentado. Él la miró un poco incrédulo, aún no le cabía en la cabeza que esta chica estuviera allí.

—¿Me regalas un poco de eso? Quiero saber que se siente.

Él entendiendo que se refería al porro se lo pasó lentamente, ella a la primera calada toció un poco, pues era su primera vez con algo como eso. Ambos rieron y a los pocos minutos estaban charlando como si nada.

Como si se conociesen de toda la vida.

Cuando la madrugada entró, vino acompañada de un viento gélido, que erizó la piel de ambos jóvenes, por parte de la chica fue un frío grato, puesto que lo amaba con el alma, porque la hacía caer en la realidad; estaba viva.

En cambio el chico si se estremeció, aunque tenía un suerte de lana manga larga.

—¿No tienes frío? —le preguntó a la chica.

Ella asintió pero no le tomó importancia, estaba viendo la tumba de la zorra de su madre.

De un momento a otro comenzó a sentir un fuego abrasador en todo el cuerpo, se sintió caliente, disminuyendo todo rastro de frío que la noche había dejado. Odiaba eso, no quería sentirse cálida; le dio otra calada al porro y una brillante idea surcó su cabeza. Tal vez, era el lugar donde estaba, o la tumba de su madre a poca distancia o la hora de la noche.

—¿Quieres tener sexo?

El chico al escuchar la propuesta toció apresuradamente, la miró directamente a los ojos y esta tenía una sonrisa marcada en los labios, no estaba mintiendo; ella se estaba sintiendo muy caliente. Él un poco atemorizado le pregunta que si está segura, a lo que ella asiente, se levantó, tomó las manos del chico y lo encaminó hacia la tumba de su madre.

Esa idea le había hecho sentir traviesa; sin duda alguna iba a follar en los restos de esa perra.

Esa idea le había hecho sentir traviesa; sin duda alguna iba a follar en los restos de esa perra

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