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Ned Branthley

Estamos escuchando los relatos de todos, nadie agrega nada relevante, estoy de brazos cruzados, a mi lado se encuentra Frank, con un vaso de café y una dona de chocolate. También está Aileen y otro chico que creo es del equipo del FBI. Han pasado tres jóvenes, ninguno parece reconocer el rostro de la foto que se les muestra. Es algo bastante irritante, sin embargo, muy lógico. A esas carreras va mucha gente.

Después del quinto tengo ganas de irme, la cosa con John de verdad que me preocupa demasiado. Pero unas palabras del chico que está siendo interrogado me hace desistir.

—Sí lo vi —ojea bien la foto, le cuesta  reconocerle—, bueno, eso creo.

—¿Lo vio solo? —le pregunta el oficial a cargo de las preguntas.

—Yo —se rasca un poco la cabeza—, verá... suelo vender bebidas alcohólicas donde se realicen las carreras, como le dije, no es un lugar fijo, cada cierto tiempo cambian de sitio y solo se te avisa unas horas antes, me parece que ese chico se acercó allí a beber algo y sí, lo vi platicar con una muchacha.

—¿La recuerdas? ¿recuerdas cómo era físicamente?

—Muy hermosa —ríe—, estaba vestida muy sexy la verdad.

—Si te pido que me hagas un retrato ¿crees que puedas lograrlo?

Vuelve a rascarse la cabeza, pero asiente ante las palabras del oficial.

—Haré todo lo posible.

Envío al retratista, quien antes de entrar me deja el boceto que obtuvo de la mamá de John, al ojearle puedo ver a una chica sencilla, con gafas y cabello castaño bastante claro, casi llegando al rubio.

Aileen se coloca a mi lado, y observa la imagen. Está igual que yo, no parece reconocerla.

—Tenía un vestido muy escotado, su cabello era largo, hasta la cintura, estaba maquillada, ah... —parece recordar algo—  ella le dijo su nombre, me pareció que era un nombre que le quedaba muy bien, pues denotaba independencia.

Quedo atento ante esas palabras, ojalá no sea el mismo nombre falso que le ha dado a casi todos, aunque lo mas probable es que así sea.

—Dímelo, por favor —le insta el oficial.

—Hillary, sí, ese fue el nombre que le dijo. Hillary Duff.

El agente del FBI a su lado casi escupe el café que hacía segundos había llevado a su boca, observo fijamente al chico que acaba de pronunciar el nombre de la agente en este momento. No soy la asesina me dijo cuando se sinceró conmigo, siento los ojos de Aileen sobre mí, de seguro también ha quedado atónita con esto, Frank toma el papel en mi mano, y se lo queda mirando fijamente, no escucho mas lo que el chico dice, pero al pasar algunos minutos el agente rompe el silencio.

—¿Dónde se encuentra Hillary en estos momentos?

—¿Dónde se encuentra Hillary en estos momentos?

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Hillary Duff

Mi mente está en blanco en este momento, la imagen que está en toda la pantalla de mi ordenador me ha dejado en shock, es que aunque seguro en mi inconciente, esto me había pasado por la cabeza, jamás creí que fuera a ser cierto. Ahora entiendo todo, me parece que la situación se la tendimos en bandeja de plata «Se está burlando de ustedes»
«ella está entre nosotros, de eso no hay duda» sus palabras hacen eco en mi cabeza. Me levanto en busca de mi celular, reviso mi bolso, mis pantalones, salgo de mi habitación buscando por la cocina, la sala de estar y nada.

Por último decido bajar a mi auto, seguro se me ha caído en la silla del conductor, tomo las llaves del apartamento, mi blusa blanca se me ha salido un poco de los pantalones, mas no me importa, mi cabello está suelto, ahora luce un poco más largo que de costumbre.

Abro la puerta del auto y bingo. Allí está mi celular. Reviso que tengo varias llamadas pérdidas, unas de Ned y una de el numero desconocido. Cuando cierro la puerta del auto, para devolverle la llamada al detective noto a todos los uniformados que me están apuntado justo ahora.

—Hillary Duff, ¡Las manos donde pueda verlas, donde pueda verlas! —es Frank, mi contrincante en el FBI, a su lado un montón de oficiales más, y Ned el detective.

—¿De qué se trata esto? —mi vista viaja al rostro de Ned, quien me observa impávido.

—Estás bajo arresto, por ser la presunta responsable de las muertes ocasionadas hace más de un mes —Un oficial se me ha acercado por la espalda, no puedo creer lo que está pasando, toma mis manos y las encierra en las esposas; mi vista vuelve a viajar hasta el detective, no obstante él no se mueve—... todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra.

Las personas se han situado alrededor de todo el alboroto, siento mi pecho apretarse de vergüenza, el oficial a mi espalda me empuja para que emprenda mi camino al auto que me llevará a la estación de policía; con pasos lentos obedezco. Entre la multitud observo a alguien que me mira fijamente, sonriendo hacia mí, esa maldita sonrisa en su rostro hace que me hierva la sangre. Por ahora se ha salido con la suya, ella lo sabe, la cuartada fue puesta ante mí y yo he caído en bandeja de plata, como una tonta. No se parece mucho a la niña de trece años que lloraba aferrada al cuerpo de su padre. Está más grande, madura...

Ainara Mollet Franz, la aseina serial.

Ainara Mollet Franz, la aseina serial

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