• Capítulo XXII • Golpe de gracia

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A ver, repasemos la situación.

Ahora mismo estoy metido en el armario de mi mejor amiga, chafando con un pie la durísima punta de unas botas militares de invierno y con otro unas chanclas de dedo. Tengo las plumas rosas de un abrigo en la boca y un cinturón con detalles metálicos de una cazadora de la cual Romeo habría estado orgullosa metido bajo la camiseta, helándome el cuello.

Ah, y mi pelo está cargándose de electricidad estática por frotarse todo el rato con un jerséi de lana.

Me siento como un gato con un cascabel en el cuello tratando de no hacer ruido, como muy RIDÍCULA.

Pero las cosas aún empeoran más cuando escucho las voces de Jay y Cleo aproximándose.

—Te he echado de menos —son las primeras palabras de Jay que se oyen lo suficientemente cerca para que las entienda— Quería hablarte, pero entre tu campeonato de natación y todo... Por cierto, felicidades, guapa.

—Ya... —Cleo responde nerviosa abriendo la puerta de la habitación.

Los escucho pasar y la puerta se cierra. Cleo carraspea y se dispone a decir algo, pero Jay no la deja.

Por la rendija de la puerta veo que se inclina a besarla y la empuja poco a poco, apoyándola contra... bueno, contra el armario.

Soy testigo desde demasiado cerca de como mi primo le come la boca a mi mejor amiga y le acaricia los brazos y la cintura con una mezcla extraña de deseo y cariño.

Muevo un brazo poco a poco hasta mi boca, cubriéndome para no vomitar.

Pensándolo bien, no sé por qué nos tapamos la boca cuando tenemos náuseas, cuándo sería más bien desagradable potarnos la mano, la verdad.

Ah, creo que mis experiencias con potas en esta historia han sido más que suficientes.

—Jay... —murmura Cleo apartando al chico un poco, obviamente avergonzada, pues ella sí sabe de mi presencia.

—¿Qué pasa? —él le acaricia la cara, o tal vez el pelo; no veo muy bien— No deberías estar en tus días —aah... repsicópata el vato...

—¿WTF, Jay? —Cleo entra en pánico haciendo reír al chico, que para nada se explica— De todas formas, no es eso.

Oh, no. Siento ganas de estornudar.

—Bien, entonces, ¿qué pasa? —él pregunta calmado.

Se hace el silencio por un momento, momento que mi nariz aprovecha para interrumpir con un estruendoso estornudo.

—¿Qué coño...? —empieza Jay, pero enseguida su tono se vuelve molesto— ¿Me pones los cuernos? ¿Es eso lo que pasa?

—No... —Cleo habla rápido y asustada, pero luego respira hondo y parece que ella también se mosquea— Y de todas formas no podría ponerte los cuernos, ¡porque que yo sepa ni siquiera salimos!

—¿Buscas más compromiso? Sabes que yo no me follo a otras así que... —dice él, pobre estúpido.

¿Y solo por qué tú no lo haces significa que yo tampoco? —Cleo se enoja cada vez más— Además, ¿por qué hemos pasado de "cuernos" a compromiso?

—Bueno, eres una tía —suelta Jay, como si eso explicase todo.

—¿Y solo por eso ya quiero casarme con todo el que me follo o qué? —ella se cruza de brazos.

—No tienes que ponerte así, chica —él intenta tranquilizarla de la peor manera.

—Que digas esas gilipolleces lo hace más fácil —dice ella con un suspiro.

EL CLUB DE LAS GUAPAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora