• Capítulo XXXI • Confuso

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Lo único que puede despertarme el domingo es el hambre, que hace que mi estómago gruña tan fuerte que no entiendo por qué las alertas de terremotos no han saltado por toda la ciudad.

Es hora de comer, así que el olor de la pasta cocinándose abajo hace que se me llene la boca de babas. Debo haber dormido unas doce horas y, para qué negarlo, se nota: estoy mucho más descansado y sé que, cuando consiga despertarme por completo, estaré más despejado.

Me apresuro en levantarme para poder comer con todos, incluida mi abuela, que al parecer ha venido de visita y me deja la mejilla roja de tanto tirar de ella y besarla. Henry se ríe de mí, aunque él aún tiene la marca en su cachete, lo que me indica tampoco es que se haya librado, para nada: eso es imposible.

—Qué alto estás —comenta mi abuela alegremente— No sé cómo te las apañas para siempre haber crecido desde la última vez que nos vimos...

—Será que no nos visitas suficiente —sugiere mi madre.

—¿Más? —digo yo al mismo tiempo, demasiado molesto.

—¿Es que tu abuelita es una pesada? —habla de sí misma en tercera persona, entornando los ojos, y aunque parece de broma me pongo más nervioso si cabe.

—¡N-No! —exclamo sacudiendo las manos, con la cara completamente roja— Me refería a crecer...

—No digas tonterías, niño —ella suspira— Crecer es maravilloso.

Ya, pues si sigo creciendo Chris va a necesitar una escalera si quiere besarme. Aunque en primer lugar esa situación es bastante improbable.

—No si tienes vértigo —bromeo, pero todo lo badass de la frase se va a la mierda cuando mi estómago gruñe pidiendo comida.

Mi madre y mi hermano se ríen de mí mientras mi abuelita, bendita sea, me consuela a achuchones asegurándome que la comida estará pronto.

Por primera vez en mucho tiempo, pongo la mesa rápido y con ganas, para poder llevarme lo antes posible el manjar italiano a la boca. En estos momentos, me parece la comida más deliciosa del mundo, se pongan como se pongan los amantes de la hamburguesa o el hot dog.

Lamentablemente no puedo hacer la típica sobremesa de cuatro horas de cuando viene mi abuela con todos, porque tengo que prepararme para ir a casa de Damian a mover pesos pesados y limpiar, y además quiero aprovechar todo el tiempo que pueda para repasar para mis exámenes.

♥⭐💎♥⭐💎♥⭐💎♥⭐💎♥

Hoy es mi madre la que me lleva a la casa Green, asegurando que pasará a por mí en unas dos horas, pero que si eso la llame por si "se despista" (lo cual estoy seguro que va a ocurrir).

Nada más ver la inmensa mansión, los recuerdos de la noche anterior vuelven en tropel a mi cabeza. En su mayoría, no diría que son los mejores del mundo, pero lo que más me fastidia no es revivir el estrés o la tristeza, sino que la cara de Eld no para de interponerse entre el resto de pensamientos.

Bueno, tal vez cualquiera puede tener un enamoramiento pasajero a pesar de haber encontrado ya a su gran amor, incluso yo... Espera, ¿acabo de...? ¡Yo NO estoy enamorado de ELD!

No, sin duda no es como si él me gustara, lo único que pasa aquí es que soy tan asocial que en cuanto un chico me presta atención y me trata medio bien ya quiero ser su mejor amigo o algo parecido... Mejores amigos que se besan, ya.  ¡¡NONONONONO!!

—¿Julie? —una voz conocida que no logro ubicar me saca de mi ensueño— ¿Qué haces de pie quieto aquí delante con la cara toda roja?

—¿Laia...? —murmuro al saber quién es, ignorando su pregunta sin darme casi ni cuenta— ¿Qué haces tú aquí?

EL CLUB DE LAS GUAPAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora