• Capítulo XVIII • Relatos heroicos

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—Actuaste impresionante, como un verdadero hombre y amigo —es lo que dice Cleo, admirada, cuando le cuento lo que pasó ayer con Shen.

Es domingo, así que estamos sacando trastos del almacén para poder limpiar todo y volver a colocar lo que no podamos convencer al señor Green de tirar.

—Solo me dejé llevar por el instinto... Intenté verme un poco como un tipo hetero aunque no sé si se me da bien, la verdad —digo avergonzado, no por mis actos (de los cuales admito estar orgulloso) sino por sus halagos y felicitaciones tan sinceros— Lo mejor es que después de eso el gerente prohibió la entrada a ese cerdo al sitio y felicitó y consoló a Shen. Ella se lo merecía.

—Habría sido mejor si os invita a copas y discoteca —dice Cleo, siempre pensando en lo mismo.

—De todas formas habría tenido que declinar —me siento de un humor fantástico, así que río alegremente.

—¿Tus padres siguen con lo del castigo, digo, "fase de prueba"? —me interroga.

Asiento con la cabeza, aunque no es como si eso fuese a nublar mi felicidad: es solo la respuesta natural de unos padres preocupados ante los deslices de su hijo.

—¿Chris se ha dignado a disculparse o a darte una explicación? —oh, ahí vienen las nubes, gracias a Cleo y su falta total de tacto.

—No hemos hablado —niego— Ni una palabra, ni un mensaje, ni una llamada... Nada.

—Creo que lo malo de ese chico es que no te permite nunca olvidarlo —ella respola toda filósofa— Siempre vuelve a hechizarte con su sex appeal y...

—Hablando de olvidar... —la interrumpo antes de que llegue la señorita depresión— ¿qué hay de Romeo?

—Me estoy dando cuenta de que recuerdo más cosas de las que creía, pero no las puedo sacar en claro —ella chasquea la lengua contra el paladar, molesta— Cuando creo que recuerdo algo mi inseguridad lo vuelve todo borroso —escuchar a Cleo hablar de sus más profundos sentimientos mientras intenta tirar de una cómoda del siglo XVIII sin conseguir moverla ni un poco es la clase de situación surrealista a la que me estoy acostumbrando— Así que solo se me ocurre conseguir un poco de droga y usarla con Damian... pero sería una pena porque me cae bien.

Me río y me pongo en el lado contrario de la cómoda para empujarla. Estoy a punto de atropellar a Cleo, que se aparta rápido al notar que el mueble se le abalanza encima.

—Pues menos mal que estoy yo aquí para ayudarte —bromeo, dejando la cómoda al lado de un telescopio hecho enteramente de oro— Tengo algunas ideas, como poner en Milanuncios que tienes la cazadora de alguien, o incluso empapelar la ciudad. Claro que podrían intentar engañarte, pero solo tendrías que preguntar por las chapas para asegurarte.

—No es una mala idea —se lleva una mano a la barbilla, dejando caer uno de los gruesos libros que está cargando sobre su pie y chillando por el dolor.

Me doy prisa en ayudarla y consolarla un poco, aunque ella me golpea porque no puedo parar de reír.

—Ni modo: no le hablaré a alguien que se ríe de mi desgracia —ella finge estar indignada.

—Venga... —le doy un codazo amistoso, sonriente— Los MRB no se pueden separar...

Ella ríe y me devuelve el codazo, negando con la cabeza.

—Voy a preguntarle al señor si quiere que re pintemos ese asco de almacén, tú sigue sacando cosas —me ordena, alejándose a la carrera.

No quiero que parezca que soy un esclavo o algo parecido... pero lo soy, así que, ¿qué más da? Me pongo a hacer lo que me ha dicho antes de que pueda volver y llamarme vago.

EL CLUB DE LAS GUAPAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora