• Capítulo XX • Intento

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Chris no habla de inmediato, primero solo me hace pasar y cierra la puerta. Me doy cuenta de que no hay nadie más en casa y de que todo se siente demasiado solitario así, pero prefiero no decir ni una palabra.

Nos sentamos en su sofá, él mirando al frente como un alma en pena y yo un poco inclinado para observarlo.

El labio inferior le tiembla un poco, así que se lo muerde para ocultar su debilidad. Él se esfuerza por no llorar y yo me esfuerzo por no abrazarlo.

Sé que no le gustaría, así que en vez de eso solo digo:

—¿Quieres unas gominolas? Aunque solo tengo blancas y rojas... —saco la bolsa y se las ofrezco.

Él mete la mano con una leve sonrisa que me hace sentir orgulloso y evita las blancas hasta tomar una roja y llevársela a la boca. La mastica con calma y solo cuando la traga se dispone a hablar:

—Las rojas son geniales —es lo único que dice.

—Lo sé —por algún motivo se me quiebra la voz como si fuese yo el que va a llorar. Me acuerdo de que decidimos que las rojas eran más mejores gominolas juntos, cuando teníamos no más de cinco años. Tal vez yo le dije que me gustaban o igual fue al revés, aunque yo solía pensar que lo descubrimos juntos, así como todo lo demás.

Fue todo un mundo a tu lado, ¿eh?

No sé por qué este está siendo un lunes de melancolía, filosofía y amargura. Aunque la amargura suele estar en todos los lunes.

—El que me golpeó fue mi padre —él lo confiesa jugando con otra gominola roja entre sus dedos.

No quiero decir nada para que no se sienta amenazado ni juzgado, pero no sé si este silencio incómodo lo está siendo también para él.

—Desde que descubrió lo de mi madre no para de beber —al final continúa hablando, aliviándome solo por un segundo hasta que entiendo sus palabras y lo que estás conllevan— Está en un estado constante de borrachera. El sábado, después de volver de tu casa, me lo encontré tirado en el suelo, ahí —selala vagamente la entrada— Lo arrastré por el ritual del borracho —recuerdo hacer eso con él el día de la fiesta... antes de también hacer aquello—, así que se despertó un poco.

Nos quedamos callados mientras traga otra gominola.

—Le pregunté por qué bebía tanto y él dijo que era porque ni madre se había largado por su culpa. Yo... le discutí y entonces... —Chris se lleva una tembolosa mano al moratón y se lo cubre con ella— Solo fue un puñetazo, porque perdió un momento el control por el alcohol. Él nunca me pegaría, no...

—¿No quieres que se vaya, verdad? —intento mantenerme comprensivo cuando él ya no puede hablar.

—No lo entiendes —Chris habla furioso por sentirse tan débil—, él ya se ha ido. Se fue entonces y aún no ha regresado. Pero quiero que vuelva, sea como sea. Por eso no salgo de casa, para que no me vean y traten de saber quién lo ha hecho. Porque si se enteran de esto tendré definitivamente que irme con mi madre, que nos traicionó y que egoístamente ha provocado todo.

—Creo que tu padre te quiere, Chris, pero si tiene problemas debe buscar una solución antes de hacerse cargo de ti —intento no sonar tan duro— Aunque realmente tu palabra tendrá peso en los juzgados, tú puedes decidir, al menos en cierta medida.

—Espero que tengas razón, porque sé que él buscará ayuda, y no quiero que esté solo entonces —él se muestra firme y me mira con ojos que destellan determinación.

Aún así tengo ganas de envolverlo en plástico de burbujas y abrazarlo.

Realmente nos abarzamos sobre el sofá de su salón, antes de que me cuenta de que él me lo ha permitido.

EL CLUB DE LAS GUAPAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora