• Capítulo XXXII • A más sé, menos quiero saber

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Los dos días siguientes fueron un frenesí de exámenes para todo primero de bachillerato.

Mi clase, también llamada B o "de ciencias" tenía todos los controles escritos del segundo trimestre concentrados el lunes y el martes de aquella última semana, pero la mayoría de trabajos y exámenes orales se entregaban o relizaban el miércoles o el jueves, ya que nos daban las notas ese viernes, el último último día que pisariámos el instituto hasta después de las vacaciones.

La A, en cambio, tenía absolutamente todos los exámenes y entregas en los primeros días, aunque recibían las notas el jueves, cosa que no era suficiente consuelo para la mayoría.

Aunque la verdad es que los ánimos de todos los alumnos del curso eran los mismos fueran a la clase que fueran: nulos. Encontrarse a uno de nosotros era como encontrarse a un huracán cabreado caminando a toda prisa, apuntes en mano, por el pasillo. Preciámos cadáveres desnutridos y cansados, vivos solo a base de estrés. ¿Las malas contestaciones adolescentes...?: se TRIPLICARON.

No os voy a mentir: a mí también me afectan esas cosas. De hecho, me afectan mucho.

Pero, en el momento de realizar el exámen, lo cierto es que estoy a gusto. Solo pienso en lo que he estudiado, en cómo expresarlo; no en líos amorosos que no puedo controlar. Me siento en mi hábitat natural, no como cuando un chico estúpido me hace verme como... bueno, como otro chico aún más estúpido.

Está bien, vamos a dejar de hablar de jodidos exámenes, ¿no?

La verdad es que incluso yo me siento aliviado cuando salgo de mi último examen, casi sin creerme que se haya acabado esa parte de la tortura. A medida que voy asimilando la libertad, las risitas nerviosas y medio psicóptas de mis compañeros, es como si una losa que llevo cargando durante unas 36 horas se levantara de mis hombros.

Me reúno con una Cleo y un Eld medio muertos, obviamente en peores condiciones que yo, así que los arrastro hasta las máquinas expendedoras y los hago sentarse en un banco. Compro una barrita energética y un Red Bull para la dama y un Cacaolat para el caballero, ganándome sus mudos agradecimientos en forma de mirada.

—Ahora tú eres mi Dios... —murmura Eld después de darle un sorbo al batido, haciendo que ría por lo bajo.

—Hey, Jules —me saluda la conocida voz de Chris— Te preguntaría qué tal te ha ido, pero es evidente...

—¿Y tú? ¿Te han salido bien? —pregunto interesado, dando un paso hacia él con la intención de alejarlo de Eld y de posibles enfrentamientos; sin embargo, como él no se aleja, lo único que consigo es quedar demasiado cerca de él, demasiado para mi pobre corazón.

—Creo que sí... —él sonríe un poco, también se lo ve cansado— Deberíamos practicar la presentación del trabajo —señala.

—Tienes razón —me rasco la cabeza— ¿Hacemos videollamada a las cuatro? Ahora solo quiero comer un poco y dormir la siesta...

—Entonces que sea a las cuatro y media —propone él— Descansa.

Acto seguido, se da media vuelta y se aleja de mí, sin despedirme o dejarme tiempo para hacerlo yo mismo.

—Tú también —murmuro igualmente, aunque hablo demasiado bajo para que me oiga.

Me giro hacia Eld y Cleo y suspiro profundamente ante mis estúpidas ganas de acariciar el cabello rizado estúpidamente adorable del chico y el estúpido vuelco que da mi corazón cuando él me guiña el ojo.

—Guau, incluso no parecéis cadáveres —comento, osando acercarme a la distancia en la que una Cleo no-reventada me aventaría un "amistoso" puñetazo.

EL CLUB DE LAS GUAPAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora