Capítulo 18

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Ese día era 24 de diciembre, nos habían dado permiso para pasar la navidad con nuestras familias y el 31 lo pasaríamos en una fiesta conjunta en la base.

Llevaba más de dos meses sin salir de la base y sin hablar con Abelino. Desde el día de mi cumpleaños no volvimos a tener contacto y a pesar de que he visto en Internet noticias sobre él no he sido capaz de contactarle.

Jonathan poco después de lo ocurrido se había mudado a un piso temporal con su prometida Aitana y habían ascendido de rango a Chantal, ahora es la Comandante Salazar.

Mi familia se mantuvo interesada en el tema de Abelino durante un tiempo a pesar de que les dije que era complicado y que no hicieran preguntas. Poco después perdieron el interés y supusieron que no había sido más que un simple beso.

Y en efecto. No había sido más que eso, un beso. No había relación alguna de pareja y al parecer nuestra amistad se acabó en el momento en que le dije que no estaba preparada.

La verdad no supe lo que pensó rey cuando le dije eso, ni siquiera si él sentía algo por mí o quería empezar una relación.

Lo bueno es que los escándalos con respecto a ello ya habían acabado y ninguna revista amarillista estaba interesada en conocer a la chica que un día se besó con el rey de España.

*****

Toqué la puerta del apartamento de mi hermana mayor. Ese día íbamos a pasar la nochebuena en su casa todos juntos.

Escuché el ruido de la puerta abriéndose. Era mi hermana Helena a la cual llevaba sin ver bastante más tiempo del que me gustaría y eso que vivimos en la misma ciudad.

Después subimos al piso; en este ya se encontraban Eikko, Erika y a su compañera de piso que normalmente pasaba las navidades con nosotros pues era huérfana y no tenía a nadie más con quien pasar estas fechas.

Mi hermana me llevó a la habitación del pequeño Adam, dormía plácidamente en su cuna. Era precioso, tenía el pelo rubio como su madre al igual que sus grandes ojos.

—¿Quieres cargarlo? —dijo y yo negué con la cabeza en tono preocupado. No se me daban bien los bebés y me daba cosa cargarlos; y eso claramente Helena lo sabía.

Mi hermana sin hacerme caso lo cargó y me lo puso en brazos. Lo mecí mientras mi hermana hablaba.

—Serías una madre genial, y lo sabes. Aunque ya no esté él, deberías intentar construir una familia.

Yo sabía a lo que se refería, Adam siempre había deseado tener hijos y a pesar de sus ansias tardó años en convencerme. Pero queríamos esperar a casarnos y eso nunca llegó. No tengo duda de que hubiera sido un gran padre.

Helena se quedó callada esperando una respuesta pero no la obtuvo porque el pequeño se puso a llorar en el instante en que yo le iba a responder, y menos mal porque no quería hablar del tema con ella.

No es que mi hermana y yo no fuésemos unidas, al contrario, el problema era que hablar de eso me dejaba un mal sabor de boca; había fantaseado con la idea de Adam y yo viviendo a las afueras de Madrid o en algún pueblo, sentados en el sofá al con un par de pequeñajos corriendo en el jardín o acariciando a un viejo san bernardo.

Cada vez que pensaba en ello me dolía demasiado, imaginar una vida que nunca tendría porque alguien le disparó a la persona a la que amaba arruinando así nuestro futuro juntos.

—Tía Es —oí que gritaba una voz infantil.

Mi sobrino Esteban se acercó a mí corriendo. Yo le cargué en brazos y le empecé a dar vueltas por la habitación mientras reía.

—Me encanta que seas militar tía Es.

—¿Por qué? —pregunté con una sonrisa al pequeño de pelo negro y ojos verdes.

—Porque eres muy fuerte y puedes darme vueltas.

Yo reí por su ocurrencia. Este niño de 8 años siempre me hacía reír.

—No se lo digas a nadie —me susurró al oído —pero eres mi tía favorita.

Yo hice una expresión de sorpresa y le entrelacé mi meñique entre el suyo.

—Te lo prometo —le susurré.

*****

La cena de navidad fue como cualquier otra, todo risas, diversión y regalos. Me quedé a dormir allí al igual que todos porque era demasiado tarde.

Sentí una sensación fría en el cuello. Abrí los ojos nada más los cubos te hielo cayeron en mi ropa para encontrarme con mis hermanos partiéndose de la risa.

A veces pensaba que seguía teniendo de hermanos a los mismos niños pequeños que no paraban de gastar bromas. Yo antes era la más bromista y siempre acabábamos riéndonos todos tanto que siempre me llamaban "el juglar".

—Creo que tenemos más de dos bebés en esta casa. Unos cinco diría yo —dije haciendo esfuerzos para sacarme los hielos del cuerpo.

Mis hermanas pararon de reír pero Eikko continuó.

—¿Que le pasa al juglar? Parece que ya no es tan divertido.

—Te la has cargado —dije riéndome.

Entonces mi mellizo echó a correr mientras que le perseguía, salimos del edificio y él cruzó la calle corriendo aprovechando que no viniesen coches. Todavía no había amanecido.

Asegurándome de que el semáforo estuviese en rojo para poder cruzar me abalancé sobre el paso de cebra sin percatarme de que un coche desbocado venía hacia mí.

En un momento todo quedó negro.






Una militar de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora