Capítulo 28

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—¿No te parece que llevamos muy poco tiempo juntos? —le pregunté.

Abelino negó con la cabeza y me tendió el sobre. Estaba dudosa, si lo aceptaba seguramente significaría cambiar mi vida para siempre, porque no creía que el ejército aceptase que uno de sus miembros viviese atosigado por las cámaras y la realeza ya que según ellos ponía en peligro la seguridad de la nación.

No estaba segura de como aquello me afectaría pero me arriesgaría, porque a pesar de todo quería a Abelino y si de verdad era mi alma gemela valía la pena luchar por él y sacrificar unas cuantas cosas como mi privacidad amorosa.

Alargué la mano y cogí el sobre:

—¿Eres consciente de que puedo perder mi trabajo por culpa de la prensa? —pregunté sin saber que esperar.

—Sí, pero procuraré que eso no ocurra.

—¿Cómo?

—Los de la prensa no pueden molestar a los militares cuando se encuentran de servicio y mucho menos en la base —respondió.

—Si eso es cierto ¿por qué razón cuando ocurrió lo del beso los paparazzis intentaron entrar en la base?

—Este tipo de cosas no suelen ocurrir, por lo que seguramente no recordaban el reglamento ¿No te diste cuenta de que al día siguiente desaparecieron y no volvieron a atosigarte? Un servidor se encargó de recordarles aquello que no se les permitía. —aseguró sonriente — Te dije que lo solucionaría y así lo hice.

Me acerqué a él y deposité un suave beso en su mejilla, si podía estar con Abelino sin esconderme y conservar mi trabajo sería la persona más feliz del mundo. ¿Quién pensaría que me encontraría en esa clase de dilemas?

—Así que novios... —empezó a decir Abel pero le interrumpí con un beso en los labios.

Sonrientes nos dirigimos hacia el final de los establos cogidos de la mano, para enconarnos con el cuidador de los caballos el cual me explicaría lo necesario para no partirme algo al montar.

—Como ahora somos pareja creo que es hora de que conozcas a mi familia oficialmente. Quien sabe, tal vez lo mejor sería hacer una cena familiar doble, podemos traer a tu padre y a Zach desde Málaga.

—No me parece la mejor idea —le confesé a mi ahora novio.

—A mí sí,  además mis sobrinos Hugo y Ryan tienen unos meses menos que Adam, maybe en un futuro sean mejores amigos. Sería la oportunidad perfecta para conocernos entre todos, me parece mejor que dos incómodas reuniones.

Me fastidiaba admitirlo pero tenía razón; dos reuniones serían el doble de tiempo, preguntas y sobre todo incomodidad. Lo mejor sería una cena para que así mi familia conociese a la suya.

—De acuerdo —dije yo —haremos una cena y traeremos a mi padre y a Zachary pero eso será después de que vuelva de Irak.

En ese momento me arrepentí de mis palabras, no me dí cuenta de que todavía no le había contado a Abelino en poco más de un mes sería destinada con mi escuadrón a Irak.

La cara de Abi se volvió pálida.

—¿Cómo que te vas Irak? —preguntó nervioso.

—Bueno, a lo mejor se me había olvidado comentarte que he sido destinada a Irak con mi escuadrón.

—¿Y no pensabas decírmelo? ¿Cuándo te vas?

—Me voy dentro de poco más de un mes.

—¿Y cuándo vuelves?

— Eso no se sabe, se calcula que dentro de unos tres o cuatro meses pero no es seguro.

—¿Y qué hago yo si te pasa algo?

Me fijé más en Abelino, parecía realmente afectado.

—No me pasará nada —intenté tranquilizarle.

—Eso no lo sabes, ¿qué pasaría si no fueses?

—Que todos mis años de esfuerzo no servirían para nada y seguramente perdería el trabajo.

—Es cierto que ya has hecho esto otras veces —dijo más aliviado.

Asentí con la cabeza, ya me habían destinado al campo de batalla más veces y esta vez no tenía por que ser diferente.

—No ocurrirá nada, tengo que ir y lo sabes —afirmé poniendo mis manos en sus mejillas.

Se quedó callado un rato con los ojos cerrados hasta que dijo asintiendo:

—Supongo que tienes razón; cuando vuelvas tendremos la cena y te presentaré como mi novia.

—Exacto.

—La que salva al país y hace que me sienta orgulloso.

—¡Ni que fueras mi padre! —le reclamé riendo.

—Se me va a hacer raro estar lejos de ti tanto tiempo, aunque tendré el teléfono —dijo intentando sentirse mejor.

—No, solo cartas —aseguré yo fastidiando su intento.

—¡No! ¿Por qué? —gritó y me abrazó por la cintura —entonces tendré que disfrutar de tu compañía mientras pueda.

Le di un beso; de verdad, aquel hombre no podía ser más perfectamente imperfecto.

Una militar de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora