Epílogo

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Varios años después

Estaba leyendo tranquilamente mientras notaba como Abelino dibujaba a mi lado en el mullido sofá. No quería mirarle ya que sabía que si lo hacía le desconcentraría fuera lo que fuera lo que estuviera haciendo.

Notaba como no paraba de mirarme por lo que supuse que me estaba dibujando, aunque no pensaba preguntárselo hasta que el quisiese mostrarme su creación. Había dejado atrás hacía ya bastante tiempo el hecho de avergonzarse delante de mí por sus dibujos, pero aún así él prefería que no los viese hasta estar completamente acabados.

De repente empezamos a oír risas por lo que miré a Abel sonriendo como una tonta, a lo cual él me devolvió la sonrisa. Después de esto dos niñas bajaron corriendo las escaleras. Casandra era nuestra hija mayor y tenía el pelo y los ojos de su padre, a diferencia de Lissette que tenía sus ojos y mi cabello. Mi familia era mi mayor tesoro y me sentía orgullosa de tenerla.

—¡Papá, papá! —gritaron las dos riendo.

—Eh, no griten —susurró Abi señalando a la cuna que estaba a un lado del salón.

En ella se encontraba Clark, el más pequeño de nuestra familia, solo tenía un par de meses. Era súper tranquilo, a diferencia de sus hermanas que eran dos terremotos.

—Papá, mira lo que hemos hecho —dijo Casandra entregándole una hoja de papel a Abelino —vamos a ser grandes dibujantes como tú.

Abelino miró los dos dibujos que le habían entregado y sonrió con dulzura. Pero antes de que pudiera decir nada Casandra cogió la hoja que Abi había dejado a un lado y salió corriendo con ella.

—Papá, el pelo de mamá no es largo, es corto.

Era cierto, me lo había cortado porque me era más cómodo. Me sorprendía que si Abelino me estuviese dibujando lo hiciese con el cabello largo.

Abel se levantó y corrió hasta Casandra para cogerla desprevenida en brazos haciendo que ella riera y se le cállese el papel. Repitió lo mismo con Lisset.

Mientras estaban distraídos recogí el dibujo del suelo y me impresioné con lo que vi.

Era yo, era yo aquel día en la playa que nos habíamos quedado hablando hasta la madrugada y yo le había contado que esperábamos a Casandra. La misma playa en donde nos habíamos quedado admirando las estrellas aquel día y en la cual había conocido otro lado de él. El mismo lugar en el que más tarde Eikko le había pedido matrimonio a Dahna, y después se había casado. La playa donde habíamos vivido tantas cosas que se había convertido en algo icónico y fundamental en nuestras vidas.

No me sorprendía que Abelino recordase ese día pues al fin y al cabo había sido fantástico y especial. Lo que me sorprendía era que se acordase con todo lujo de detalles como estaba vestida, como se encontraba la playa y hasta que tanto brillaba la luna. Era algo de admirar, y sin duda enmarcaría ese dibujo aunque Abelino no estuviese de acuerdo.

*****

Abelino:

Me fijé en que Es estaba mirando el dibujo que tenía en sus manos. Parecía que lo estaba analizando pues al parecer no se había dado cuenta de que las niñas había vuelto a sus habitaciones.

Me acerqué a ella y la abracé por detrás antes de besarla en la mejilla.

—¿Cómo? —fue lo único que dijo mientras seguí mirando el papel.

Sabía a que se refería, sabía que se preguntaba cómo era capaz de recordar todo eso. Era capaz porque ese momento se había quedado guardado en mi memoria, se había quedado guardado pues fue uno de los mejores y más felices de mi vida. Supongo que tengo una memoria privilegiada, porque había dibujado con exactitud los mejores momentos que pasé con ella. Eran como una especie de diario.

—Porque te quiero —dije yo apoyando mi cabeza en su hombro después de besarla.

Eso era todo. simplemente porque la quería. Ella había supuesto para mí el hecho de la libertad, de vivir cosas nuevas, de formar una familia. Mi familia. Era todo lo que podía soñar, lo mejor que me había pasado en la vida y todo eso me lo había dado ella.

Siempre había respetado cada uno de mis deseos y comprendido mis decisiones. No me cuestionó cuando le dije que quería vivir en una casa a las afueras, tampoco lo hizo cuando compré como sorpresa la casa en la que vivíamos. Respetó el hecho de que a pesar de estar casados me diese vergüenza dibujar en frente de ella por un tiempo.

Eso hacía siempre, ser perfectamente imperfecta y por eso la amo con todo mi corazón.

Una militar de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora