Capítulo 38

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Abrí en cajón y comencé a sacar todo lo que que tenía allí. Tardé más de lo que pensaba, no porque tuviese una gran cantidad de cosas, si no por lo que suponía aquello. Dejarlo todo y mudarme a un sitio diferente a un mundo al que no estaba habituada, algo completamente nuevo. 

Ya ni me acordaba de lo que significaba una mudanza pues la última que había vivido había sido años atrás y fue para alistarme al ejército. Esta era más complicada, pues aunque yo no tenía tantas pertenencias en la base como en Málaga, esta significaba dejar aquello por lo que me había mudado la primera vez.

Seguí quitando cosas del cajón para meterlas en una caja, Abelino me había ofrecido que alguien me ayudase a recoger pero le había dicho que no. No eran tantos objetos, además eso era algo que tenía que hacer yo sola.

Debía despedirme para dejar una parte de mi vida atrás y comenzar una nueva etapa.

Me quedé observando unas fotos que tenía en la mesilla cuando alguien entró sin avisar en la habitación de la base.

—Podrías haber pedido ayuda para recoger esto, así te ahorrabas tiempo. —dijo Matías a mi espalda.

—La verdad me gustaría retrasar esto lo más posible.

—Es normal —dijo y cogió una de las fotos y señalándola. En ella estábamos Matías y yo el día en que nos conocimos en la base militar —¿Te acuerdas de esto? Fue genial. 

—Ya, estuvo bastante bien —respondí intentando aparentar indiferencia.

—Reconócelo, mira —dijo señalando a otra foto en la que salíamos él y yo junto con Jonathan, Adam y Chantal. El único problema de aquella foto era que mientras todos miraban a la cámara yo miraba con una gran sonrisa a Adam.

No pude evitar reírme al igual que mi amigo.

—¡No me acordaba de esta foto! —exclamó Matías entre risas —Me la robo, necesito esta foto en mi vida —dijo cogiendo la foto y saliendo de la habitación.

—¡Eh es mía! —le grité entre risas, pero ya era tarde.

*****      

Me desperté temprano, como hacía siempre. Era mi primer día en el castillo y la verdad estaba dispuesta a averiguar la ubicación de las cosas. Quería hacerme un mapa mental de aquel lugar.

Baje hasta la cocina, tardé un rato en encontrarla pero no tanto como la última vez que había estado allí.

Entré en ella, dentro habían varias personas del personal incluyendo a Humberto.

—Señorita Sky, es muy temprano, ¿necesita algo? —me preguntó el mayordomo amablemente.

Por un momento me quedé sin palabras, no sabia como reaccionar. Muchas cosas estaban pasando por la cabeza en aquel momento.

Allí las cosas funcionaban de manera diferente, suponía que no podía bajar a la cocina a por un vaso de agua o agarrar un pedazo del pastel del día anterior de la nevera.

—No, no gracias, solo venía a por un vaso de agua —dije reaccionando al fin.

—Muy bien, si no necesita nada seguiré con lo que estaba haciendo.

Me pareció bastante extraño que dejase lo que estaba haciendo para atenderme a mí.

—Perdone, señor Humberto, ¿puede por favor llamarme solo Sky?

—Como desee seño... digo, Sky.

—Gracias.

Busqué lo que necesitaba y capté sin querer la conversación entre Humberto y la jefa de cocina.

—Necesito que traigas tres kilos de pollo, dos docenas de huevo y compota, ya sabes que los gemelos comen un montón. Aunque de todos modos aquí tienes la lista de las cosas. —dijo la jefa de cocina entregándole un papel al hombre —Lo necesitamos para antes del almuerzo.

—Pero son muchas cosas, necesitaré ayuda. La gran mayoría están ocupados, ¿a quién me designas?

—Siento haber escuchado la conversación —interrumpí intentando aparentar ser lo más educada posible —pero si quiere yo puedo ir con usted, soy fuerte y puedo cagar las bolsas que usted no pueda llevar.

Los dos me miraron como si estuviese loca; estaba claro que no se lo esperaban, ya era raro que alguien que no fuese un trabajador del castillo estuviese despierto a esas horas,  justo cuando empezaban a abrir todos los comercios, ¿pero ofrecerse a acompañarles a hacer la compra? eso era algo no que imaginaban. Aunque la verdad a mí no me parecía extraño, me gustaba ir al supermercado, tal vez porque no solía hacerlo. La gente normal en su tiempo libre lee un libro, monta en bici, va al cine; a mí me gusta ir a hacer la compra.

La jefa de cocina le hizo un gesto al mayordomo dando a entender que se desentendía del asunto. El mayordomo no supo como reaccionar, y después de un rato al final dijo con vergüenza:

—No se si al rey le parecería bien —confesó él.

—¿Qué no me parecería bien? —dijo una voz a mi espalda.

—Buenos días su majestad —le saludó Humberto —Es que la señorita...

—Sky —le interrumpí yo para que no me llamase de una manera tan formal.

—Sky —continuó él —se ha ofrecido para acompañarme a hacer la compra.

Por unos segundos Abelino no dijo nada hasta que por fin se dignó a hablar.

—¿Qué raro?, no es algo que se suela hacer, pero no entiendo por qué me habría de parecer mal.

Humberto se quedó callado así que yo aproveché para ir a cambiarme para salir al supermercado.

Tal vez fuese algo de lo que la prensa fuese a hablar pero no me importaba y me alegraba de que a Abi tampoco. No pensaba dejar de hacer las cosas que me gustan por muy raras que fueran o porque a un grupo de personas le pareciese raro o inapropiado.

Una militar de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora