Capítulo 25

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Me desperté por el ruido de la alarma. La seguía teniendo igual de temprano a pesar de que no me era necesario ya que no tenía que trabajar.

Tardé en alistarme y cuando salí de la habitación mi hermano estaba en la cocina tomándose un té.

—Buenos días  —saludé sentándome en una de las sillas.

—Hola ¿quieres? —preguntó Eikko señalando la taza de té.

—No seas bobo, sabes que odio el té. Es agua con hierbas ¿a quién le gusta eso?

—A mucha gente.

—Pues yo prefiero jugo de naranja —aseguré y me levanté para, con dificultad debido a las muletas, abrir la nevera y sacar la botella.

Después me volví a sentar junto a Eikko y agarré una de las manzanas que se encontraban en un cuenco de cristal en mesa.

Mi compañero de vida se me quedó viendo y luego sonrió de manera pícara.

—¿Tienes algo que decirme?

—No —respondí de manera desinteresada.

—¿Tal vez algo que ver con el rey? ¿Una cita en el castillo? ¿Tu sonrisa de enamorada?

Le miré fulminante, se estaba metiendo en mis asuntos personales los cuales no le incumbían los más mínimo.

—¡Me has estado espiando!

—No, tu hablas alto, las paredes son finas y es bastante obvio.

No respondí nada, no quería que mi hermano se enterase de mi relación con Abelino, o al menos no por ahora. No era algo que quisiese compartir, además de que no era nada serio, solo habían pasado un par de semanas después de que me regalase la gargantilla y no él y yo no nos habíamos vuelto a ver.

Eikko siempre había sido muy entrometido desde siempre, todo el rato estaba cotilleando, buscando la historia de amor perfecta que ocurriese en la vida real. Él soñaba con que las expectativas de gente perfecta creadas por los guionistas y escritores pudiesen cumplirse y así encontrar a la persona ideal para él.

Supongo que todos alguna vez soñamos con que la persona que nos compenetre llegue a nuestras vidas, pero eso no siempre se hace realidad y hay que conformarse con las historias de amor de los demás, o tal vez, una ficticia.

*****

Entré en los jardines del palacio bajo la atenta mirada de Ulises. Ese chico me sacaba de quicio, no podía entender porque me odiaba.

Subí las escaleras de la entrada con dificultad debido a las muletas. Al entrar se me acercó el mayordomo que me saludó con cortesía y me guió a un sala de estar bastante pequeña a comparación de las demás estancias del lugar.

Me senté en un sofá intentando descansar las piernas. Llevaba un buen rato caminando y estaba demasiado cansada. No estaba segura de que haber ido a pie hubiera sido una buena idea.

Después de un rato de esperar entró en la sala Abelino.

—Buenos días —saludé.

Salut! Ca va? —preguntó él con una sonrisa pegada al rostro.

Después me ayudó a levantarme y se encaminó junto a mí por los pasillos de aquel lugar.

—¿Me vas a decir en que consiste esta quedada? —pregunté esperando una respuesta que no obtuve.

—¿Quedada? Creí que era una cita —afirmó en tono desenfadado.

No dije nada, la verdad no sabía si era una cita, una reunión, una quedada, una salida...

Pronto llegamos a unas escaleras que llevaban al segundo piso ¿Era en serio? No podía más, estaba demasiado cansada como para subir escaleras, y estaba segurísima de que ahí no habría un ascensor disponible.

Abelino al fijarse en mi cara de fastidio dijo:

—Hay un ascensor para el servicio, los carros y esas cosas.

—¿Y podemos usarlo?

—No, porque está dañado y lo tienen que reparar, pero...

A continuación me quitó las muletas y casi me caí de no haber sido porque me cargó en sus brazos y comenzó a subir las escaleras.

—¿No es que no podrías cargar a una persona adulta?

—Bueno pero tu eres liviana —aseguró —y además lo dije a pesar de nunca haberlo intentado, eso sí, como no me apure creo que  el romanticismo se habrá acabado.

—¿Por?

—Porque o bien nos caemos o viene un guardia a ayudarme a llevar a la dama.

Yo no dije nada, solo reí por su comentario y me acordé de mis muletas.

—Y las muletas las traerán de un momento a otro —añadió leyéndome la mente.

Al llegar al segundo piso entramos en una habitación llena de instrumentos musicales: la sala de música.

Me colocó en un sillón y se sentó en el taburete del piano.

Después comenzó a tocar una suave y preciosa melodía que me hizo recordar a mi madre.

A mi madre le encantaba la música, de hecho sabía tocar el saxofón, el violín y el piano, por eso siempre había deseado que alguno de sus hijos siguiese su ejemplo. Pero ninguno lo hizo, a pesar de que a todos nos gustaba la música ninguno se interesó por aprender a tocar un instrumento.

Era tan hermosa que me envolvió de una forma en la que no me di cuenta de que alguien entraba en la habitación hasta que escuché una voz que me sonaba conocida.

Era Melany, pero no llegué a escuchar lo que le dijo a Abelino puesto que no prestaba atención y antes de que pudiese preguntar ya se había marchado de la sala.

Al rato Abelino me llevó al jardín, donde me llevé una grata sorpresa.




Una militar de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora