Capítulo 36

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Demasiadas cosas estaban pasando por mi mente en aquel momento, estaba a punto de renunciar a mi trabajo por amor. Me sentía extraña, pero era algo que quería hacer, sin duda.

Me encantaba mi trabajo pero siempre se tiene que hacer sacrificios, dejaría de ser Comandante y pasaría a llevar un "ex" delante. Cosa la cual no me apetecía demasiado, estaba extremadamente acostumbrada a que me llamasen así, tanto que ya lo sentía parte de mi nombre.

Cambiaría mi vida con solo una palabra: renuncio.

        *****

—¿Que tal ha ido? —me preguntó Matías al entrar por la puerta.

—Bastante bien la verdad —dije sentándome a su lado en la cama de su habitación —dicen que tengo que solicitar la retirada y que por eso no me puedo ir todavía, pero que intentarán que sea lo más rápido posible.

—¿Y tu quieres que sea lo más rápido posible? —me preguntó.

— Me has pillado, sí que quiero casarme, pero no me gustaría dejar mi trabajo. Aunque por lo menos desde la pedida he tenido varios meses para disfrutar de my job porque no hubo nadie espiando.

—Pobres periodistas, no se enteran de nada —dijo haciendo un gesto de triste fingida que pronto se le cambio por una sonrisa.

*****

Llegué al palacio al día siguiente, no había tenido ningún día libre desde la pedida de mano y estaba deseando volver a verle. Claramente hablábamos por las noches pero no es lo mismo.

Entré en aquel lugar gigante pensando en que en algún momento viviría allí y me abrumé. No había pasado el suficiente tiempo en el palacio como para no perderme cada vez que lo visitaba. Sabía donde estaban los establos, la sala de música, la habitación de Abelino, las cocinas y poco más. Ese lugar era demasiado enorme para recordarlo todo.

De repente me sacó de mis pensamientos la voz de Abelino.

—¿Y bien?¿Qué tal ha ido? —preguntó esperanzado.

—Bien, pero tengo que solicitar... —le expliqué todo pero luego se me vino un pensamiento a la cabeza —Oye, amor, ¿puedo pedirte algo?

Él mi miró con curiosidad y asintió.

Estaba decidida a pedirle uno de sus dibujos, Abel dibujaba como ninguna otra persona, solo que él no lo reconocía. En su habitación tenía colgados algunos dibujos de su familia que le había colgado allí su madre y que por eso no se atrevía a quitar, pero Abi aseguraba que eran horribles, que lo suyo no era más que una afición y que no le llevaría a ningún lado, a pesar de que siempre se le andaba repitiendo que eso no era cierto.

A un lado de su cuarto tenia un gran baúl antiguo en el que guardaba todos sus dibujos, bocetos e ilustraciones, además de su material para pintar.

—¿Me regalarías uno de tus dibujos? El que tu quieras, no hace falta que sea uno en específico.

—¿Para qué quieres algo tan inservible como un dibujo? —me preguntó.

—Porque me gusta, es un bonito recuerdo para la posteridad —respondí sin saber que esperar.

—Es, si solo me lo pides por compasión...

—No te lo pido por compasión —le interrumpí —, ni para que te sientas mejor con tus dibujos, (que por cierto son extraordinarios), te lo pido porque me gustan y de verdad pienso que son maravillosos, maravillosos al igual que tú. Ademas sabes que se me da fatal consolar a la gente.

Abelino soltó una pequeña risa antes de admitir:

—Eso es cierto, ven, si quieres uno te lo daré.

Subimos por las escaleras hasta su habitación, entramos y mientras él revisaba el baúl me senté en los pies de la cama.

Después de un rato de buscar y buscar, Abelino me entrego una hoja. En ella estaba yo mirándole sentada en la mesa de la sala de reuniones mirándole. No sabía de la existencia de aquel dibujo, ni tan siquiera sabía que aquel día, el día de la reunión, el día en que lo conocí había quedado plasmado por uno de sus extraordinarios dibujos.

Le sonreí, era un bonito detalle.

—Puede que me interesase por ti con solo conocerte. No sé, te vi tan diferente, tus ojos, tu pelo, tu sonrisa... —me confesó haciendo que se me saliera una pequeña sonrisa —Sí justo como esa, así de hermosa.

Y con esas palabras que perfectas que él siempre sabía sacar en los mejores momentos me puse roja como un tomate.

Al ver mi reacción Abelino se echo a reír.

—Pero no te rías —le dije yo mientras cogía una almohada y le pegaba con ella.

—¡Eh, mi preciosa cara de rey! —exclamó riendo —Eso no se hace, serás condenada por decreto real a una...

—Una...

—¡Guerra de Almohadas! —gritó y me lanzó un cojín, a lo que yo respondí dándole otro almohadazo.

Después de unos segundos llegaron Aurora y Melany con almohadas y se unieron a nosotros justo antes de que Eleanor y Mario también lo hicieran.

En un momento nos unimos todos para ir contra Mario, después contra Aurora y luego contra Abelino.

—¡No!¡No! —gritaba riendo el afectado —¿Por qué a mí?¡Esto es alta traición a la corona!¡Qué le corten la cabeza!

Después de quién sabe cuánto tiempo de diversión nos quedamos todos tirados en la cama de Abel.

—Definitivamente esta familia esta loca —dijo Aurora mientras se levantaba —Estáis todos locos y por eso yo me voy, tengo una cita. Me voy antes de que me atosiguéis.

—Eh espera,  ¿como que locos? —le preguntó Mario.

—¿Con quién? —preguntó Melany haciendo que Aurora saliera corriendo para luego ir tras ella.

A continuación Eleanor y Mario se levantaron y se marcharon.

Busqué el dibujo por la estancia, con la pelea se había caído debajo de la cama. Lo cogí y me tiré de nuevo en aquel colchón tan cómodo.

—¿Sabes? de pequeño quería ser dibujante, hacer cómics o películas, pero supongo que a veces los sueños no se cumplen. —admitió Abi el cual se encontraba recostado a mi lado.

—¿No?

—No, cuando a mi padre lo nombraron rey tuve que mudarme y cambiar mi vida. Solo tenía doce años, tenía una vida de chico normal que tuve que cambiar por la de un príncipe.

—Lo siento, la verdad ni me acuerdo de eso, yo por aquel entonces estaba metida de fondo en los videojuegos y en los libros. Literalmente en mi cabeza no estaba nada más; siento que no hayas podido cumplir tus sueños.

—Si, cambie de amigos, de colegio, de casa... antes vivía en Vigo, ¿te lo había contado?

Asentí, sabía que antes había sido un chico normal pero nunca me había contado lo de su sueño de ser ilustrador, la verdad las cosas del pasado le afectaban bastante, Abelino prácticamente nunca hablaba de su padre, y las pocas veces que lo hacía daba muy pocos detalles.

—Odié a mi padre por eso durante mucho tiempo, y cuando por fin le perdoné ya había pasado demasiado tiempo. Mi padre ya estaba enfermo y todas aquellas cosas que podría haber hecho con él ya eran impensables.

Me quede callada, se me daba fatal consolar a la gente.

— Por eso si llego a tener hijos me gustaría mudarme a un casa a las afueras, o tal vez al sur, que ellos tengan un vida normal y que elijan si quieren vivir esto o no pertenecer a este mundo.

—Eso es una buena razón, estaría bien una casa a las fueras —reconocí sacándole una sonrisa.

Una militar de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora