Capítulo 40

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No entendía como había llegado hasta allí, hasta ese preciso momento. Todo había cambiado tanto en tan poco tiempo que no me había percatado hasta que la realidad de me había pegado de pleno.

Había pasado tanto tiempo y a la vez tan poco. Se sentía como si hubiese sido ayer que por razones de la vida tuve que ir a aquella reunión donde conocí a Abelino.

Sentía como si hubiera sido ayer cuando perdí a Adam, aquel al que consideraba el amor de mi vida, y aunque todavía le seguía amando y siempre tendría un espacio en mi corazón sentía y sigo sintiendo que no era comparable a mi relación con Abelino. No era comparable por que eran relaciones diferentes, tuvimos vivencias distintas juntos y el amor era distinto.

Pero en ese momento Abi era el gran amor de mi vida y a partir de ahí, ¿o quién sabe?, tal vez de antes, lo seguiría siendo. Aunque si tenemos en cuenta las circunstancias tenía muchos amores en mi vida, y no necesariamente eran mi pareja. Mis familiares, mis amigos... todos ellos tenían un lugar especial en mi corazón, un lugar que tal vez cambiaría con el tiempo pero que nunca desaparecería.

Al igual que una persona que perdió a alguien, ya fuese por una pelea, una traición, o que simplemente aquello no funcionase. Podría ser cualquier cosa. Pero al final esas personas por más que a veces no estén dispuestas aceptarlo, todavía quieren a esa persona. Sienten nostalgia por aquellos lindos momentos y les gustaría que todo fuese como antes. Tienen la esperanza de que vuelvan a ser los mismos de siempre y que esos sentimientos sirvan para algo. De la misma manera que no le desean nada malo al otro si de verdad la apreciaron por muy mal que les hubiese hecho.

Independientemente de todo lo que hubiese ocurrido, yo estaba allí parada, mientras mi hermana Helena se aseguraba de que el vestido estuviese perfecto.

Lo había diseñado mi hermana después de que le pidiera que lo hiciera, me parecía que debía hacerlo ella y no algún diseñador del que no había oído hablar en mi vida y que, probablemente, no conocía mis gustos.

Era precioso, y me sentía cómoda con él puesto. Era un vestido de corte princesa, blanco, con una falda a capaz, que a pesar de no ser del todo mi estilo, mi hermana, de alguna manera, pudo adivinar que era lo que quería para mi boda. Tenía los hombros descubiertos y una sola manga larga de encaje en el brazo derecho. Nadie me había puesto pegas en que el vestido rompiese el protocolo, pues de hecho era mi vestido, y Abelino me había dicho que no había problema en que escogiese lo que quisiera.

Estaba ansiosa, estaba a punto de casarme con Abelino, el amor de mi vida, y era fantástico. Pero por otro lado estaba a punto de convertirme en la reina de un país, y a pesar de haberme preparado para ello no sabría si sería capaz.

*****

Abelino:

Y allí estaba ella. Tan preciosa como la había imaginado. Entró por aquella puerta para hacerme la persona más feliz de el mundo.

No sé cuanto duró ese momento de felicidad pura. Puede que solo ese día, o tal vez la luna de miel, o quién sabe, tal vez no se ha acabado aún.

Y a pesar de todo lo que hemos pasado, ese seguirá siendo el momento favorito; cuando la vi mirarme con aquella sonrisa en los labios, y ese brillo en los ojos de un valor incalculable. O por lo menos para mí.

Supongo que tengo suerte de tenerla, y sin duda no sabe lo valiosa que es, pero cualquier persona se daría cuenta si la conociese de verdad. Tengo suerte de que de todas las personas del mundo, de todos los chicos posibles, me haya elegido a mí.

No sé como llegamos a esto, no sé como pasamos de ser unos desconocidos en una reunión a acabar casándonos, no sé como pasamos de yo consolarla por la desgracia que asoló a su pobre prometido a acabar siéndolo yo, no sé como pasamos de inventar un nombre para que no me descubriesen a ser el apodo cariñoso que siempre oigo al despertarme... no sé como lo hicimos pero, me alegro de haberlo hecho.

Una militar de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora