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Como no me daba tiempo a ordenar todo el caos que había en mi estudio, decidí que lo mejor sería quedarme en el balcón disfrutando de la cálida noche mientras devoraba una paleta de fresa

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Como no me daba tiempo a ordenar todo el caos que había en mi estudio, decidí que lo mejor sería quedarme en el balcón disfrutando de la cálida noche mientras devoraba una paleta de fresa. Me encantaban los helados caseros de yogur porque me recordaban mucho a mi niñez, todavía recuerdo a mi madre clavando con destreza las cucharas a los Petit Suisse de fresa para meterlos en el congelador.

También, me acuerdo con claridad de las caras de desesperación que poníamos Vanderwood y yo delante del congelador porque los helados tardaban mucho en hacerse. De niños estábamos tan unidos que la mayoría de los recuerdos que tengo son junto a él.

Hace, exactamente, siete años que él abandonó la aldea y, desde su partida, no tengo ningún recuerdo bonito.

- ¡Vete de aquí si no quieres probar mi pistola Taser! - gritó Vanderwood al borracho que rondaba por debajo de mi balcón.

No pude evitar soltar algunas carcajadas cuando le vi esquivar la pota que había soltado el joven al sentirse amenazado. Normalmente, Vanderwood suele dar mucho miedo porque tiene una presencia muy atlética y una mirada que, cuando se enfada parece un auténtico mafioso. Tampoco, le ayuda su personalidad porque al ser un chico tan poco sociable, sarcástico e indiferente con los desconocidos, pocos son los que se acercan a conocerle.

- ¡El cuidador está aquí! - me gritó con su cara de pocos amigos. - Como consejo te diré que esas bragas son horribles.

- Stark. - le dije después de quitarme la paleta de la boca. - Te agradecería mucho que no amenazaras a mi vecindario, gracias.

- ¡No me llames así! - gruñó molesto.

Con grandes zancadas subió las escaleras que daban a los apartamentos de estudiantes. Conocía a la perfección mi ubicación porque él se encargó de buscarme alojamiento en la ciudad. Según decía, era muy peligroso vivir en el mismo barrio que él, por ello me buscó la zona que estaba más alejada de casa.

Aunque, me hubiese encantado pelearme con él por ser tan mandón, en el fondo, me gustó todo lo que había escogido porque tuvo muy presente mis preferencias. Vanderwood me conocía muy bien y lo demostró con cada elección.

- ¡Qué! - gritó desde la entrada del miniestudio. - ¡Si limpié hace unos días! - volvió a vociferar esperando mi respuesta.

Como conocía su genio, preferí quedarme en el balcón con la paleta de helado, porque discutir con él era una auténtica tortura. No tenía mucho temperamento, pero cuando se trataba de la limpieza y el orden del hogar, se transformaba en un robot de combate.

- ¿Me estás escuchando? - me preguntó desde el umbral del balcón.

Sus ojos de miel ya me estaban perforando la cara. Tenía el entrecejo fruncido y sus manos hacían aspavientos muy raros, me habría reído con enormes ganas, pero amaba mi vida y mi paz mental.

Guardaré tu saborDonde viven las historias. Descúbrelo ahora