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El puesto de comida era una food truck negra con enormes ilustraciones de llamas a los lados

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El puesto de comida era una food truck negra con enormes ilustraciones de llamas a los lados. Por lo que pude ver, dentro del enorme vehículo tenía un equipo profesional para cocinar sus platillos. Aunque era un camión destinado a que los clientes pidiesen comida para llevar, tenía tres mesas portátiles alrededor para que los clientes que desearan comer allí pudiesen descansar.

Me llamó mucho la atención que dos de las mesas estuvieran ocupadas porque parecía una zona desértica, pero, por lo visto, el puesto de pinchos parecía un punto de encuentro de hombres con apariencia de gánsteres. Por lo que me comentó Zen, Haejung también había formado parte de una pandilla de motocicletas, por ello supuse que todos los que estaban ahí serían miembros de la antigua banda del dueño.

- ¡Zen! - gritó un hombre con el delantal lleno de grasa y con las gafas de sol puestas. Se acercaba a nosotros con las manos extendidas, preparadas para darle un enorme abrazo de oso, pero en lugar de darle el abrazo a él terminó por aplastar mi cuerpo contra su sucio delantal. - ¡Bienvenida! - me gritó mientras me abrazaba.

- ¡Puff! - bufó Zen apartándole de mis brazos. - ¡No la toques con esas confianzas!

- Tranquilo. - carcajeó levantando sus brazos. - ¿Quién es? - preguntó golpeando la espalda de Zen. - ¿Es tu novia? - volvió a interrogarle mientras me miraba por encima de sus gafas oscuras.

- No... no. - contesté tartamudeando.

- Mejor, entonces... - me sonrió. - No te atrevas a tocar a Zen. - sentenció con un tono muy tajante a la vez que empujaba a su amigo hasta la mesa que estaba libre, dejándome en mitad del puesto, asustada por la mirada gélida que me había dedicado.

El aspecto rudo de Haejung daba bastante miedo porque era un hombre muy corpulento y su estilo seguía manteniendo una estética de pandillero. Aunque llevaba un enorme delantal "blanco" que suavizaba su rudeza, bajo de este portaba una casaca negra con un enorme dragón en la espalda, el mismo animal que llevaban bordado en sus chaquetas de cuero el resto de los comensales.

- Se te ha caído algo. - alguien apoyó su mano en mi hombro para que me girase.

- ¿Dónde? - miré por el suelo a ver si encontraba algo mío.

- El papel que te envuelve. Bombón. - el hombre que mantenía todos sus cabellos engominados hacía atrás, me guiñó el ojo feliz de soltar semejante horterada. El piropo era tan anticuado y desfasado que no entendí como sus amigos se podían reír tan divertidos.

- ¡Qué os pasa! - les gritó Zen sujetando mi mano. - No puedo traer a chicas lindas porque os volvéis como monos. - me sonrojé cuando dijo que era una chica linda. - No te puedo dejar ni un segundo. - me confesó suspirando. - Puede que suene infantil, pero no te separes de mi lado ¿de acuerdo? Si me entero de que esos tipos te vuelven a mirar ¡los estrangularé!

- Sí, lo haré. - le contesté aferrando su mano con fuerza.

- De acuerdo, gracias por escucharme. Todo es por tu seguridad y mi tranquilidad. - me llevó hasta la mesa y, de nuevo, nuestras manos estaban aferradas y no me disgustaba nada seguir manteniéndolas así.

Guardaré tu saborDonde viven las historias. Descúbrelo ahora