Capítulo Ocho

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Sabía que deberíamos habernos mudado cuando tuvimos la oportunidad. Pensé que un lugar alejado de la ciudad haría que Häel no fijara su mirada en nuestra familia, pero obviamente me equivoqué.

Era cuestión de tiempo que nos encontrasen

—Anderson, acércate por favor —dijo Thomas Johnson, mi profesor de química, mientras este corregía los exámenes.

—Profesor, ¿pasa algo? —pregunté al acercarme a su mesa, tras recoger mis libros. La última clase de la mañana acababa de finalizar.

—Tan solo quería felicitarte por tu nota en el último examen. Realmente te esforzaste. Enhorabuena Ethan —respondió este, levantando la mirada de los exámenes y observándome con una expresión parecida al orgullo, lo que me extrañó. Thomas Johnson tenía fama por ser impasible y estricto.

—Oh, gracias profesor —respondí con una sonrisa, bajando la mirada con timidez.

—Ah, por cierto Ethan —habló—. Hay un hombre que se ha pasado antes por mi despacho preguntando por ti. Decía que era urgente.




Tenía un muy mal presentimiento, y cada vez que esto pasaba, solía ser cierto. Por esta razón, siempre me fiaba de mis instintos.

Siendo lo que era, sabía perfectamente cuáles eran los riesgos de estudiar en la universidad. Exponerse ante todo el mundo. Que supieran mi nombre. Que me encontrasen. Pero, ¿cuál era mi otra opción?

No me había percatado de la velocidad a la que iba hasta que me caí al suelo, chocando con otra persona. Al levantar la mirada mis ojos se posaron sobre él. Un chico de ojos oscuros y cabello negro azabache. Alguien que jamás pensé que vería de nuevo.

—Ethan —me saludó Ambrose, tras unos minutos en los que ambos nos miramos fijamente, sin mediar palabra.

Era como si no hubiese pasado el tiempo, como si nada hubiera pasado entre nosotros.

—¿Qué haces aquí? —demandé fríamente, recogiendo mi mochila del suelo y saliendo por la puerta lo más rápido que pude, sin esperar una respuesta.

—No nos vemos en mucho tiempo y ¿así es como me saludas? —preguntó Ambrose, siguiéndome—. Los años te están afectando, Ethan.

—Ambrose... —suspiré, parando en seco y mirándolo expectante—. ¿Qué quieres? ¿A qué has venido?

—Eres un soso, ¿lo sabías? —respondió este, ignorando mi pregunta y siguiéndome hasta la parada de autobús.

—Tengo prisa, así que si no te importa —hablé, observando cómo el autobús se paraba enfrente mía, sin dirigirle una sola mirada al pelinegro.

—Lo saben —habló Ambrose con seriedad, antes de darse la vuelta e irse lentamente.

Mi rostro se descompuso del horror al oír esas dos palabras.

Siempre supe que este momento llegaría, tarde o temprano, pero siempre tuve la esperanza, el deseo, de que pudiésemos llegar a mantener el anonimato por un tiempo más.

Pero por mucho que me decía a mi mismo que no debía preocuparme, que probablemente Ambrose solo habría venido a molestarme, algo muy típico de él, en el fondo sabía la verdad.

Había llegado la hora, y el tiempo se me escapaba de las manos.




Tenía clases hasta tarde, pero no me había visto capacitado para ir. Estaba preocupado por mi hermana. Sabía perfectamente cómo era Ambrose Carroll, y si bien no lo veía capaz de hacerle nada a Lith, conocía a personas que sí eran capaces. Si lo que decía Ambrose era cierto y ellos sabían quién era Lith, mi hermana estaba en grave peligro.

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