Capítulo Trece

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En cuanto la visión de los ángeles y demonios acabó y me encontré enfrente del grabado, esta vez apagado y sin luz, me apoyé contra la puerta de la cuadra, notando cómo mi respiración se regulaba, después de lo que acababa de ver.

Aún podía recordar el rostro afilado y ojos color fuego de aquel ser, quién me había hablado en un idioma desconocido para mí. Su rostro me parecía familiar, y no era del día anterior, cuando se había apoderado de mí y me había secuestrado y llevado hacia donde me encontraba en estos momentos. Era como si lo conociese de antes, pero no podía recordar de qué.

Tal vez hubiera soñado con su rostro alguna vez.

—Lilith Anderson —susurró una voz a mis espaldas, haciendo que levantara la mirada del suelo, encontrándome con unos ojos transparentes, como no había visto nunca. Intenté mantener la mirada, pero me era casi imposible. Sus ojos eran tan penetrantes que te hacían sentir como si te estuvieran haciendo un análisis de rayos X.

Lo que al principio había confundido por un chico, ahora me daba cuenta de que no lo era. Tenía rasgos femeninos, aunque era difícil saberlo, ya que iba vestida de arriba a abajo con un traje bastante extraño, que cubría toda su piel exceptuando su rostro. Tenía el cabello blanco a pesar de ser joven, aproximadamente de mi edad, tal vez un par de años menos, y tenía la cara maquillada. Sus ojos y labios estaban coloreados de un negro intenso, con un sombreado de un azul cielo y blanco, lo que la hacían parecer aún más joven.

Era hermosa.

Nunca había sido la típica chica que se detenía a observar la belleza de las personas. Ese era el papel de Jane, pero esta vez fue inevitable fijarme. La chica frente a mí desprendía una belleza que no había visto nunca, ni siquiera en Ambrose, quién sabía que era atractivo, aunque no me gustara admitirlo.

—¿Quién eres? —pregunté finalmente, tras unos segundos.

La chica tan solo mostró una sonrisa torcida mientras giraba la cabeza, observándome de arriba a abajo, deteniéndose por una milésima de segundo en mis labios resecos, que habían estado casi un día entero sin haber bebido nada, tan solo el vaso de Limoncello que la amiga de Ethan me había ofrecido.

—Mi nombre es Husn —respondió la chica, en el mismo tono de voz que había usado con anterioridad, mientras daba un paso hacia mí, colocándose de forma que la luz de la luna se le reflejaba de forma curiosa en sus ojos.

—¿Dónde estoy? —pregunté entonces. La chica, tras observarme en silencio por unos minutos más, se giró y dio media vuelta, para después girar su cabeza hacia mí, instándome a que la siguiera.

No sabía si debía hacerlo. Después de todo, esta chica seguramente sería de los responsables de mi secuestro. Sin embargo, no tenía elección. Era o quedarme en el lugar, sin saber a dónde ir, o seguirla hasta donde fuera que me llevase, probablemente con su líder, jefe o como lo llamasen.

Tras unos minutos andando, en los que recorrimos pasadizos extraños que parecían llevar a un laberinto, finalmente Husn se paró frente a una puerta grande, haciéndome chocar contra ella, al ir despistada observando el lugar, intentando memorizar el camino de regreso en caso de que fuera necesario.

—Ug, perdón. Soy muy torpe —me disculpé, al ver la mirada molesta de la chica, que se apartó. Husn no parecía ser el tipo de chica que se paraba a ayudar a un niño que se había perdido. Más bien sería de las que observarían al niño llorar.

Husn no respondió, sino que se dispuso a abrir la puerta, sin siquiera esperar para ver si la seguía o no. No era una chica muy habladora.

Tras entrar por dicha puerta, esta se cerró de un portazo. La sala en la que entramos estaba a oscuras, sólamente iluminada por velas, a las que el viento que entraba por la ventana había extinguido casi por completo, y las paredes eran de ladrillo antiguo.

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