Capítulo Quince

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24 horas antes

—¿Me llamabas, padre? —Un joven de cabello negro azabache se dirigió con respeto hacia un hombre alado, quién, al ver al chico entrar en lo que se había convertido en sus aposentos, elevó la comisura de sus labios, en un gesto similar a una sonrisa.

—Ambrose —saludó Häel, mientras el joven se adentraba en la estancia, colocándose a unos metros del mayor. Häel podía observar potencial en el joven. A pesar de su arrogancia y sentimentalismo que sabía que el pelinegro poseía—por mucho que este lo negara—, Häel sabía que era alguien entregado y leal. El hombre alado sonrió de nuevo mientras observaba a Ambrose con atención, haciendo que este bajara un poco la mirada.

—La chica. La pelirroja. ¿Vas a matarla? —Häel podía notar el nerviosismo que desprendía el pelinegro, incluso sin leerle la mente.

Esto era nuevo, pero no bueno. Häel sabía que Ambrose no era como los demás ángeles caídos. Normalmente, aquellos que se unían a él querían venganza. Vengarse de los ángeles, aquellos que les habían arrebatado algo de sus vidas. Sin embargo, Ambrose nunca había mostrado tal deseo. No había mostrado ninguna emoción tampoco, ni siquiera odio o rabia. Simplemente había cumplido órdenes.

—¿Es eso lo que piensas que voy a hacer? —preguntó Häel, mirándolo a los ojos, tan negros como el carbón, mientras le invitaba a sentarse en un sillón, cerca de donde Häel estaba acomodado—. Ambrose, mi deseo no es acabar con la vida de inocentes.

—Lo sé. Sin embargo, sé que si tuvieras que elegir entre una vida y el destino de toda nuestra raza, sin duda elegirías la muerte de ese ser inocente, sin dudarlo un instante.

Lo que Häel admiraba del joven era su valentía. Nadie se atrevía a contradecirlo, ni siquiera sus más leales seguidores, excepto Ambrose. Häel supuso que eso se debía a que antes había sido un ángel.

—Siempre hay que hacer sacrificios —dijo finalmente Häel, tras unos minutos de silencio, mientras observaba el rostro tenso de Ambrose, pálido, con sombras bajo sus ojos, dándole un aspecto enfermizo.

—¿Para qué me has llamado, padre? —suspiró Ambrose, tras desviar la mirada de la de su padre, con frialdad en la voz—. No creo que me hayas hecho viajar desde Inglaterra hasta aquí solo para tener una conversación mundana padre-hijo.

El joven pelinegro creía que Häel era su progenitor; aunque muchas veces el demonio hubiera deseado eso, la realidad era otra. Häel, con su gran corazón, había 'adoptado' a Ambrose y tomado como uno de los suyos, aunque no compartieran sangre. Y Häel jamás se había arrepentido de ello; aunque Ambrose no supiera la verdad completa, eso no era algo necesario. Hacía lo que el demonio le mandaba, tal y como prometió años atrás, y eso era lo que importaba. Häel estaba seguro de que pronto Ambrose le obedecería sin necesidad de esa promesa.

—Necesito que hagas algo por mí. —Häel elevó las comisuras de sus labios en una mueca, parecida a una sonrisa, y sus alas, negras como los ojos de Ambrose, se movieron, haciendo que el ángel caído las observara con deseo y añoranza.

—Te escucho —Ambrose se cruzó de brazos, elevando ambas cejas. Que Häel le pidiese algo en persona en lugar de enviarle una nota o incluso a algunos de sus sirvientes significaba que era algo realmente importante.

—Quiero un pelo del cabello de Ethan Anderson.

La expresión en el rostro de Ambrose cambió completamente. Sus ojos se abrieron de golpe, sus cejas se fruncieron, su boca se estrechó en una línea fina, y su cara, pálida ya de por sí, se puso aún más blanca, tanto, que Häel temió que el pelinegro fuera a desmayarse.

Sin embargo, las emociones, claras en el rostro de Ambrose, tan solo duraron unos segundos. Si no hubiese mirado al joven en esos instantes, Häel estaba seguro de que se habría perdido la expresión en el rostro del ángel caído.

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