Capítulo Dieciocho

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Llevaban horas caminando en silencio, sin una sola palabra pronunciada por ninguno de los dos. Ambrose enfrascado en sus pensamientos, pensando en una estrategia inteligente para lo que iban a realizar. No quería poner a Lilith en peligro y llevarla directamente a su muerte, cosa que sabía que pasaría si se encontraban en ese mismo momento con su padre. No. Tenía que pensar en una estrategia con precaución.

Por el contrario, Lilith, a pesar de querer entablar conversación con el ángel caído, sabía que ahora no era el momento de que este resolviese sus infinitas preguntas. De hecho, la pelirroja ni siquiera estaba segura de que Ambrose las fuese a responder en algún momento. Estaba claro que el pelinegro estaba sumido en sus pensamientos, sin hacerle caso al mundo exterior, ya que, de no ser por Lilith, que sujetó al pelinegro por ambos hombros, Ambrose estaría en el suelo.

—¿Qué haces?

—¿Acaso miras por dónde vas? De no ser por mí, ahora estarías en el suelo, y no me extrañaría que ni siquiera te dieses cuenta —respondió Lith de forma brusca, retirando sus manos del cuerpo de Ambrose—. Y podrías decirme hacia dónde vamos. Llevamos horas caminando.

—Queda poco.

Ambrose ni tan siquiera se molestó en elevar la cabeza y mirar a la chica a los ojos, a pesar de su elevado tono de voz, fruto de la frustración de la pelirroja.

—Ambrose, para en este instante —llamó Lith, corriendo para alcanzarlo—. ¿Sabes que para que este supuesto plan que estás ideando se lleve a cabo tenemos que estar de acuerdo los dos, no? No pienso hacer nada sin saber todos los detalles.

Por fin la chica había conseguido que Ambrose se parase y le mirase a los ojos.

—Si te dejo a ti planear la estrategia, acabaremos los dos muertos y Häel seguirá vivito y coleando, así que no, pelirroja. Debo seguir con vida. —Ambrose resopló, poniendo los ojos en blanco y continuando el camino.

—¿Por qué todo el mundo piensa que mi deseo es morir? —La chica puso los ojos en blanco, exasperada, mientras aceleraba el paso hasta alcanzar a Ambrose.

—¿Tal vez porque hasta ahora es eso lo que han conllevado tus 'magníficas' ideas? —respondió el pelinegro sarcásticamente—. Tienes suerte de que Häel te quiera con vida. Si no fuera así, te puedo asegurar de que no estarías aquí discutiendo conmigo.

—Perdona, pero ninguna de las cosas que han pasado han sido cosa mía, sino de Ethan —discutió Lith, suspirando al recordar que nunca más podría oír la voz de su hermano.

Su hermano, que para Lilith era muchísimo más que familia. Era su mejor amigo.

Ambrose no respondió. Tan solo suspiró, mirándole de reojo, y a continuación y sin previo aviso, cogió del brazo a la pelirroja y comenzó a correr, arrastrándola con él.

—¡Ambrose! —gritó la chica, mientras intentaba hacer que sus piernas avanzaran con más rapidez—. ¿Se puede saber qué haces?

—Luego te explico, no tenemos tiempo —respondió este, tirando con más fuerza de ella, con la intención de que aligerara el paso—. E intenta no hacer ruido.

Pero para el pelinegro era una tarea sumamente sencilla, ya que no necesitaba oxígeno para vivir y podía ir a la velocidad que él desease, o, al menos, eso era lo que creía Lith.

—Corre, Anderson, si realmente quieres darle lo que se merece a Häel, por quitarle la vida a Eth.

Tras esto, hubo una pregunta sin respuesta que se quedó en el aire.

¿Qué tanto se conocían Ambrose y Ethan?

Lith estaba dispuesta a averiguarlo.


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