Capítulo Veintiocho

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—¿E-Ethan? —susurré, mirando al mencionado con estupefacción en la mirada. No podía creerlo. No era posible. Después de todo, no era posible que Ethan estuviera vivo. Sabía lo que había visto. Había visto su cuerpo frío e inerte ante mí, en el suelo.

Súbitamente, pude notar mi camiseta empapada. Al tocarme el rostro descubrí que estaba llorando; fueron mis lágrimas las responsables de humedecer mi ropa. Sin darme cuenta, avancé hasta donde se encontraba Ethan, mi hermano, y lo abracé como nunca lo había abrazado; como si fuera a desaparecer de un momento a otro. Su olor familiar me embargó, haciéndome sentir en casa. Lágrimas seguían deslizándose por mi rostro, cayendo sobre la ropa de mi hermano, empapándola.

—Lith. —El tono de voz de Ambrose hizo que me separase de Ethan y le mirase. Era un tono de advertencia; algo iba mal. En los segundos en los que me había separado de mi hermano, este se había apartado lo más posible de mí.

—¿Ethan? —hablé, acercándome a él de nuevo, con incertidumbre. Aún no creía lo que estaba viendo—. Creía que habías muerto.

Sin embargo, Ethan no contestó. De hecho, aún no había dicho nada más que lo que nos había hecho darnos cuenta de su presencia. Algo pasaba, y no fui la única en darme cuenta de ello.

—¿Eth? —Esta vez habló Ambrose, acercándose con precaución a donde se encontraba mi hermano, con el rostro impenetrable, algo raro en él; Ethan siempre había sido una persona con las emociones presentes en su rostro en todo momento. Era fácil saber cómo se sentía en todo momento. Pero este no era el caso ahora—. ¿Qué ha pasado? ¿Puedes contárnoslo?

La voz de Ambrose era suave. Finalmente se posicionó a unos pasos de donde se encontraba Ethan, se agachó, y para mi sorpresa, le cogió una mano y la besó con delicadeza. Ante esto, Ethan clavó su mirada en Ambrose, que la mantuvo con atrevimiento.

—Seguidme —habló Ethan, con una voz monótona, antes de girarse y caminar por donde había venido. Tras unos segundos en los que Ambrose y yo nos miramos, le seguimos, con Jane detrás nuestra.

—Ambrose —susurré—. ¿Qué está pasando?

Este, tras una mirada hacia delante—hacia mi hermano—, se giró hacia mí y habló en un murmullo—:

—No estoy seguro. —Ambrose me observó con algo parecido al temor en la mirada—, pero lo que está claro es que tenemos que encontrar la manera de salir vivos de aquí. Häel nos ha tendido una trampa. Ethan nunca murió; solo te hizo creer que sí, para llevarte hasta él. Y ahora, con Ethan y Jane con él, creerá que ya te tiene entre sus garras.

—¿Y entonces qué? —pregunté—. ¿Qué hacemos ahora?

—Seguir a tu hermano hasta Häel y, con suerte, sobrevivir. —Pero el pelinegro tenía el ceño fruncido y una expresión rara en el rostro; parecía estar intentando descifrar un enigma difícil de resolver.

—¿Qué pasa? —Jane iba detrás nuestra, escuchando nuestra conversación con miedo en la mirada. No la juzgaba. Mi amiga jamás había levantado la mano hacia nadie; no era nada violenta. No creo que si le diéramos una espada le ayudáramos a sentirse más protegida.

—Tu hermano —respondió Ambrose, observando a Ethan, unos pasos por delante nuestra—, está raro. Jamás le había visto comportarse así. ¿No lo notaste? Ni siquiera te devolvió el abrazo. Ethan ama el contacto físico.

Si que lo noté. Ni siquiera abrió la boca para saludarnos, pero yo solo estaba aliviada de tenerlo de vuelta al mundo de los vivos que no me fijé demasiado. Creo que no había llegado a asimilar que Ethan había muerto hasta que le vi hacía unos minutos. Fue entonces que comprendí que era muy afortunada; porque no todos podían alardear de tener de vuelta de la muerte a un ser querido.

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