Capítulo Diecisiete

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—Vamos, Anderson, no tenemos todo el día. —La voz de Husn, quien estaba a unos pasos de mí, hizo que sacudiera la cabeza, olvidando la voz conocida que había escuchado en mi mente y que estaba segura, había sido producto de mi imaginación—. Aún queda un largo camino.

—¿Y a dónde se supone que nos dirigimos? —resoplé, acelerando mis zancadas para ponerme a su altura, mientras la chica se detenía, exasperada—. Estoy agotada.

—Ya te he dicho que no puedo decirlo, pero necesitamos llegar cuanto antes posible, a no ser que quieras quedarte a vivir en el bosque —respondió Husn, como si la idea de vivir junto a la naturaleza fuera algo horrible.

—Oye, ¿y por qué no? —pregunté, imaginándome por un momento cómo habría sido la vida de nuestra familia si nos hubiésemos criado en medio de la naturaleza, junto a una cascada. No es que me quejase de mi casa; vivía en un establo, después de todo. No era muy diferente al campo.

—Muy graciosa.

De repente, la voz que había oído en mi cabeza hacía meros minutos volvió a resonar en mi cabeza.

«¿Anderson?»

«¿Estás ahí?»


¿Ambrose?


No podía creer que realmente fuera Ambrose, después de tanto tiempo sin saber de él. Tal vez el pelinegro pudiera ayudarme. De una forma u otra, sabía que mi hermano lo conocía, mucho antes de que yo conociese a Ambrose en el instituto.

Tenía que vengarme de Häel.

«No creo que eso sea una buena idea»

«Sé que no confías en mí, pelirroja, pero tienes que escucharme. Pase lo que pase, no confíes ni en Häel ni en Uriel. Ya sabes lo del mundo sobrenatural, pero no tienes ni idea de lo que son capaces de hacer.»


¿Quién es Uriel?

Tan ensimismada iba en la conversación con Ambrose, que no vi hacia dónde me dirigía, lo que resultó en otra de mis famosas caídas. Dio la casualidad de que había plantas en el suelo, por lo que el golpe no fue tan fuerte, ya que estas amortiguaron la caída.

—¡Auch! —no pude evitar exclamar, haciendo que Husn se girara, sorprendida. En cuanto esta me vio en el suelo, indignada ante mi propia torpeza, Husn puso los ojos en blanco, ofreciéndome una mano, que yo orgullosamente rechacé.

—Dime una cosa, Anderson —habló Husn con sarcasmo, mientras que sus labios se elevaban en una mueca de burla—. ¿Cómo lo haces para ser tan torpe?

—Muy graciosa —dije, con el ceño fruncido, mientras aceleraba el paso, adelantándola a pesar de no tener ni idea de hacia dónde nos dirigíamos.

¿Ambrose?

¿Sigues ahí?

Tienes que ayudarme. Eres el único que puede.

Por favor.


«Definitivamente, pelirroja, has perdido la cabeza.»

«Por si todavía no te has enterado, te están buscando, y cuando te encuentren, no estoy seguro de que te dejen con vida. No esta vez.»


No te estoy pidiendo permiso, Carroll. Voy a ir igualmente.

Solo te estaba pidiendo ayuda, porque sé que será más fácil y menos peligroso si me ayudas que si lo hago sola.

LILITHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora