Häel observó la figura de Ethan retirarse, la puerta cerrándose tras de sí. El demonio suspiró. Todos estos años Häel había intentado hacer todo lo mejor posible; sin embargo, no importaba. Había habido más muertes bajo su mandato que cuando su padre había estado sentado sobre la silla en la que se encontraba en estos momentos. A diferencia de lo que pensarían muchos, Häel no deseaba que más criaturas murieran. Él sentía cada gota de sangre derramada, cada vida arrebatada.
Häel no hizo creer a la hermana de Ethan que él estaba muerto por gusto, ni tampoco la secuestró porque a él le apeteciera. Esta era la única forma de salir victoriosos en batalla. La única manera de que la raza no se extinguiese, de que sobreviviera. Häel sabía que Lilith era la chica de la que hablaba la profecía, creada años atrás, antes incluso de que la hermana de Ethan naciese. Si tan solo la chica no fuese tan testaruda. Si tan solo esta se uniese a ellos; todo sería más fácil.
Lilith era distinta a las demás criaturas. Aún Häel desconocía quiénes habían sido sus padres biológicos, quiénes habían creado a una criatura tan singular. Porque Lilith Anderson no era un ángel, ni tampoco un demonio. Era una mezcla de ambos, y el poder que la chica debía poseer tendría que ser enorme. Era lo suficientemente poderosa para luchar y ganar. Häel estaba seguro de que con un poco de entrenamiento la chica sería invencible, y los demonios por fin podrían hacer sufrir a los ángeles lo que ellos habían sufrido durante todos estos años. La venganza estaba en la punta de sus dedos, y todo dependía de una chica adolescente. Y Häel lo conseguiría. Ganaría. Y al demonio no le importaba el coste. Si tenía que poseer a Ethan para conseguirlo, que así fuera.
. . . . . .
—¿Cuál es el plan?
Nos encontrábamos sobre el césped, aún con el mantel en el suelo, en silencio. Ambrose seguía teniendo un aspecto enfermizo, pero había recuperado algo del color que había perdido al entrar en la cabaña. No sabía qué le pasaba, pero sabía que si le preguntaba al pelinegro sería peor.
—¿Qué? —Ambrose se incorporó, torciendo el gesto.
—Häel —hablé, poniendo los ojos en blanco—. Quiero vengarme. Hacerle sufrir. Que la muerte de Ethan no haya sido en vano. Para eso hace falta un plan.
Ambrose suspiró, poniéndose en pie con dificultad.
¿Estás bien?
No era alguien que me fijara mucho en las personas, sólo en las más cercanas, pero era imposible no percatarse del pelinegro. Me pregunté si cuando estaba en Inglaterra Ambrose había tenido el mismo aspecto y nunca me había fijado, o realmente le pasaba algo al pelinegro.
—Perfectamente —contestó—. Antes de emprender una misión suicida necesitas saber todo. Ethan no te contó nada.
—Bien —hablé—. Cuéntame todo lo que sepas, entonces. Desde el principio.
Ambrose asintió con la cabeza, exhalando con lentitud. Tras levantar la cabeza y mirar en la lejanía, el pelinegro se sentó junto a mí, cruzando las piernas.
—Bien —empezó—. Sabes que existen los demonios y los ángeles ¿cierto? —Al verme asentir con la cabeza, Ambrose continuó—. Todo empezó hace muchísimos años. Yo ni siquiera había nacido. Pocos ángeles o demonios quedan que hubieran vivido en esa época. En un principio, los ángeles y los demonios eran las únicas criaturas sobrenaturales que existían. Habitaban a la par que los humanos, pero nunca se mezclaban. Ambas criaturas eran aliadas; muchos se consideraban amigos, incluso.
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LILITH
Fantasy¿Qué dirías si te dijera que todas las leyendas, mitos y cuentos son reales? ¿Que los demonios, arcángeles, ángeles caídos y ángeles son reales? Lilith Anderson es una adolescente de dieciséis años cuya vida es de lo más normal. Tiene una familia:...