Capítulo Veinticuatro

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—¿Lilith? —habló una voz a las espaldas de la pelirroja, haciendo que esta se girase, encontrándose con Ambrose. Sin embargo, esta Lilith no tenía dieciséis años, sino que tendría unos cuatro años, y su rostro estaba surcado de lágrimas—. ¿Estás bien?

Era bien entrada la noche y Ambrose se había despertado al oír el sonido de alguien llorando; cuando había salido de la habitación, silenciosamente para que Ethan no se despertase, se encontró con que los llantos pertenecían a la pequeña que habían rescatado del bosque hacía poco menos de un año.

—A-...Ambose —tartamudeó la pequeña, intentando pronunciar el nombre del pelinegro. Ambrose la observó con sorpresa. Si bien era cierto que Lilith había estado con ellos casi un año, el pelinegro no había hablado demasiado con ella; ni siquiera sabía cómo la pelirroja sabía su nombre.

No era que a Ambrose le cayese mal; ni mucho menos. De hecho, era una niña bastante singular y madura para los pocos años que tenía. Pero Ambrose no sabía cómo debía comportarse con ella; él no tenía hermanos y nunca había estado en contacto con niños más pequeños de doce años. El pelinegro también admitía que tenía miedo; quería caerle bien a la pequeña, pero no quería que esta absorbiera su negatividad; sabía que los niños aprendían todo lo que veían.

—¿Quieres que llame a tu hermano?

Ambrose se agachó para estar a la altura de la niña y le limpió suavemente las lágrimas que seguían cayendo por su rostro. Era la primera vez que estaba a solas con Lilith, el nombre que le habían puesto, pues no tenía ninguno cuando la encontraron en el bosque. Ethan siempre había estado presente cuando Lilith hablaba con él, por lo que el pelinegro no sabía muy bien qué hacer.

—¡N-No! exclamó Lilith, alejándose del pelinegro repentinamente. Aunque la pelirroja tuviese tan solo cuatro años de edad, estaba claro que tenía mucho carácter.

—Está bien —susurró Ambrose, acercándose con cuidado a Lilith. No quería que se pusiese a gritar o llorar, pues despertaría a Ethan, durmiendo en la habitación de al lado. No pasaría nada si eso ocurría, pero el ángel apenas dormía, preocupado por la pequeña. Ambrose quería darle un respiro y que pudiera dormir aunque fuera un par de horas más—. ¿Qué te parece si te preparo una taza de chocolate caliente?

Lilith, aún con el rostro repleto de lágrimas, observó a Ambrose, antes de asentir tímidamente con la cabeza. Ambrose entonces extendió una mano hacia la pequeña, que la agarró con fuerza, antes de dirigirse hacia las escaleras, en dirección a la cocina.

En cuanto llegaron, Ambrose fue al frigorífico, donde estaba el chocolate, y llenó una taza y la mitad de otra, poniéndolas a calentar, antes de sentarse junto a Lilith. Esta parecía encontrarse mejor, pues ya no lloraba; en su lugar, miraba a Ambrose con curiosidad.

—¿Una pesadilla? —preguntó con suavidad el pelinegro, mirando a Lilith. Normalmente, cuando la pelirroja tenía un mal sueño, siempre estaba Ethan para reconfortarla. Ambrose sabía que Lilith necesitaba a alguien como Ethan en estos momentos; alguien capaz de consolar. Ambrose sabía que ese no era él; era por eso por lo que le había dicho de llamar a su hermano—. ¿De verdad no quieres que despierte a Ethan?

Lilith negó con vigor la cabeza, nuevas lágrimas formándose en sus ojos. De repente, la pequeña se aferró a las piernas de Ambrose, abrazándolo con fuerza; pequeñas lágrimas todavía corriendo por su rostro. Ambrose, tras unos instantes, le devolvió el abrazo de forma vacilante.

—Está bien. No llamaré a Ethan —murmuró Ambrose después de unos minutos, aún abrazando a Lilith—. ¿Quieres contarme de qué trataba la pesadilla que has tenido? —Ante esto, la pelirroja volvió a negar con la cabeza, abrazando a Ambrose con más fuerza aún—. No pasa nada. Todo irá bien, Lith.

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