Capítulo Veintinueve

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Tal vez enfrentarme a Uriel no había sido la decisión más sabia, pues no solo era un ángel, sino que era la criatura que lideraba a los ángeles; además de que me doblaba la edad y experiencia.

Cuando llegué a su lado, esta, tras echar una mirada hacia donde se encontraba Häel enfrentándose a Ambrose, suspiró, sacando una espada de oro de no sabía donde. Aunque no llevara mucho tiempo entrenando, se me daba bien el arte de la espada. Ambrose sospechó, la primera vez que cogí una espada de metal, que mi cuerpo recordaba los movimientos necesarios para luchar; aunque mi mente hubiera olvidado que en un pasado yo había sido diestra en el arte de la espada, debido a que mi hermano modificó mis recuerdos para protegerme, mi cuerpo no lo había hecho.

Tras unos segundos en los que ambas nos miramos fijamente a los ojos, me decidí finalmente a asestar una estocada con mi espada, que fue parada por Uriel. A pesar de que había estado entrenando cerca de un mes con Ambrose, la fuerza de Uriel era superior a la mía; tanto, que tuve que agarrar la empuñadura de la espada con ambas manos para evitar que esta cayera al suelo de la fuerza del ángel.

Sabía que no aguantaría mucho tiempo luchando contra Uriel, no si quería seguir con vida, por lo que le di una última estocada a la persona que me había engendrado hacía dieciséis años y corrí hacia mi hermano, que se encontraba a unos metros de donde se encontraban Ambrose y Häel. Este se encontraba con el rostro relajado, como si delante de él no se estuviera desarrollando una lucha en la que podía acabar en muertes.

—Ethan —suspiré, quedándome a unos metros suya; no me arriesgaba a acercarme demasiado, pues no sabía si me atacaría como antes.

Este, al verme, dio un paso hacia atrás.

—Ethan —repetí—. Por favor, ayúdame. Ayúdanos. Por favor, Ethan. Sé que ahora mismo estás bajo el control de Häel, pero sé que estás ahí, en algún lugar. Por favor...

Ethan era el único que podía ayudarnos. Habíamos sido temerarios, viniendo hasta aquí sin ningún otro plan que enfrentarnos a Häel. No estábamos preparados; ni Ambrose, ni mucho menos, yo.

—Uniros a Häel. No morirá nadie entonces.

—Ethan —supliqué—. Míralos. Va a morir. Ambrose va a morir si no hacemos nada, y yo soy incapaz de luchar con la espada; creía que podía, pero no es así. Tienen demasiada fuerza y yo soy simplemente...yo. Por favor, Ethan. Si todavía amas alguna parte de Ambrose, por favor, ayúdalo. Ayúdanos. Eres mi hermano. Me has protegido durante toda mi vida; por favor, ayúdame de nuevo.

Pero la mirada de Ethan estaba vacía. Me observaba sin comprender; con el rostro impasible.

No iba a ayudarnos. Íbamos a morir todos.

Entonces recordé lo que me dijo Ambrose antes de entrar en este lugar:

«Piensa en los ejercicios que hemos realizado de barreras mentales; no es tan diferente. Escucha a tu poder, y cuando creas que lo tienes controlado, entonces es cuando puedes soltarlo»

Nunca había utilizado voluntariamente el poder que se suponía que tanto ángeles como demonios poseían; sin embargo, había habido dos veces que lo había utilizado, sin ser consciente de ello. La primera vez fue cuando nos atacaron a Jane y a mí los delincuentes; no estaba segura de cómo lo había hecho, pero de un segundo a otro los hombres estaban en el suelo. Lo único que recordaba de aquella vez era lo asustada que me encontraba, tanto por Jane como por mí. La siguiente vez fue cuando vi a mi hermano en el suelo, supuestamente muerto. Esta vez no era miedo lo que sentía sino rabia y dolor. No recordaba mucho lo que había pasado después; sólo que Husn me había sacado de allí.

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