Capítulo 30

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- ¿Hay espacio para mí?

Heriberto solo pudo asentir lentamente con la cabeza a la vez que su corazón golpeteaba fuertemente en el pecho. Cristina entonces se levantó y sin poder evitarlo se sonrojó al tiempo que desanudaba la bata que llevaba puesta. Heriberto no quitó su mirada de ella, de hecho no pestañeó siquiera por miedo a perderse cualquier detalle.

La bata de baño cayó con lentitud al suelo y él pudo admirar el cuerpo de la mujer que amaba, la madre de su hijo. Recorrió su cuerpo con la mirada de pies a cabeza, y sus pupilas se fueron dilatando mientras disfrutaba de lo que veía. Sus labios se entreabrieron al mirar los pechos de Cristina, y sus manos le escocían por la necesidad de tocarla.

Con una lentitud que parecía asfixiar a Heriberto, Cristina entró a la bañera y se sentó en el extremo contrario a donde él estaba. Los separaba un metro, quizás un poco más, pero para él parecía todo un océano. Sin embargo, ella prefirió torturarlo quedándose pegada a la tina y uniendo sus rodillas a su pecho.

- ¿Qué tal el baño? – le preguntó con voz temblorosa - ¿Te relajó?

- Hasta hace unos momentos pensé que sí. – le contestó con voz ronca después de carraspear. Cristina entonces se sintió poderosa porque el efecto que causaba en él era evidente, incluso para ella que no era experta en las artes amatorias.

Heriberto ni se movía por miedo a asustar a Cristina y que huyera de él como hasta ahora había estado haciéndolo. Por momentos se agotaba de perseguirla, pero Dios era testigo que lo seguiría haciéndolo hasta la eternidad porque estaba seguro de que ella era su destino.

Cristina tomó una esponja de baño y le aplicó un poco de gel para baño, él pensó que comenzaría a frotarse con esa esponja y rogó al cielo por un autodominio que estaba perdiendo por momentos. Sin embargo, ella le sorprendió acercándose a él para comenzar a frotarlo con el artículo de baño.

Heriberto soltó el aire contenido sin dejar de mirarla a los ojos, la boca, el cuello, los pechos. Cristina sin embargo lo miraba fijamente a los ojos, como queriendo extraer sus pensamientos más íntimos.

- ¿En qué piensas? – le preguntó suavemente

- En que quizás estoy dormido. – ella rió suavemente y sacudió su cabeza, un mechón rebelde escapó del moño que se había hecho y Heriberto alargó la mano para ponerlo tras su oreja. – Eres la mujer más hermosa que han visto mis ojos. – Entonces con un dedo recorrió su oreja, acarició la mejilla de Cristina y tocó con suavidad su labio inferior, sin dejar de mirar cada espacio que tocaba

- Gracias. – dijo al tiempo que sonreía un poco sonrojada por el halago. – Hoy fui a la consulta con el ginecólogo. – Heriberto detuvo el progreso de su mano y la miró a los ojos con ansiedad. – Dijo que todo estaba bien, y que podía regresar a mi vida normal.

- ¿Ah sí? – preguntó con cierto temblor en la voz. Cristina asintió y pasó la esponja por el cuello de Heriberto y se arrimó un poco más a él. Ahí arrodillada frente a él, era la cosa más bonita que él había tenido la fortuna de observar.

- ¿Cuándo vas a besarme? – le preguntó ella con un dejo de ansiedad

Heriberto escuchó la pregunta como si se la hubiesen hecho a kilómetros de distancia. Sin embargo, su respuesta fue inmediata; la mano que había estado suspendida en el aire la tomó por la nuca para tomarla con fuerza y decisión. Entonces, la atrajo contra sí para devorar sus labios en un beso lleno de ansias, de necesidad, de pasión y de amor.

Inocente DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora