8.

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—Creo que... Me gusta Rusia.

México observó el rostro avergonzado de Canadá ante esa confesión y escuchó esa risita nerviosa que tanto le gustaba.

Pero no era por su causa.

No estaba viviendo la fantasía que deseaba.

Todo estaba mal.

Porque no fue su nombre el que brotó de esos labios junto con la palabra gustar.

—¿Por... qué?

—Es... No sé —Canadá jugó con sus dedos.

—No —susurró apenas.

—¿Eh? ¿Por qué no?

México entró en pánico, su mente fue un caos melancólico, sentía sus manos temblar y su desesperación crecer. Porque no podía perderlo. No a su maplecito.

Y lo besó. Se le lanzó encima. Sin darle tiempo a Canadá para reaccionar.

Aprisionando esos labios de miel. Rogando porque esas palabras no fueran reales.

—Mexique... —estaba confundido—. No llores.

—Maple —hipó antes de mirarlo—. Maple... puedo hacerte feliz... Dame una oportunidad.

La manos del canadiense eran suaves y levemente frías, tiernas en todo sentido y México se aferró a ellas en modo de súplica en ese largo silencio.

—Por favor.

—Es... —boqueó sin desear ver ese rostro triste de su querido amigo—. Está bien... —susurró perdido.

—Gracias.

Y luego solo se abrazaron, nada más pudieron decir.

Nubes [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora