27.

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—Hay un truco para no estar triste.

El pequeño miró con duda a la colonia del norte, porque nada podía quitarle esa sensación tan fea de tristeza.

—Me estás mintiendo.

—Yo no miento —sonrío Acadia—. Solo haz lo que te digo.

—Está bien —suspiró resignado.

—Cierra los ojos y levanta las manos hasta tu pecho.

Nueva España cumplió con el pedido de mala gana, desconfiando de ese niño de pequitas... Hasta que escuchó un sonido suave y dulce, como un canto de ave... Que brotaba de la colonia frente a él.

Sintió las manos ajenas junto a las suyas, el calor, la humedad, y después sus palmas se juntaron y poco a poco sus dedos se entrelazaron.

—¿Qué haces?

Entonces sintió su rostro caliente por la vergüenza, porque de pronto sintió una presión suavecita en sus labios. Cuando abrió los ojos, Acadia aún estaba muy cerca de su rostro y le sonreía.

—Ya no hay tristeza —sonrío satisfecho—. Tu corazón ya no duele... Y tu alma está alterada.

—Tú...

—¡Es un truco! —sonrió animado—. ¡Y funciona!

Nubes [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora