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—Sigo creyendo que no es buena idea.

—No sé, Hub. Tengo un mal presentimiento.

México condujo con ansias, persiguiendo un rastro incierto, bajo las indicaciones de Hub... Y por eso no entendió cómo carajos llegó a las oficinas de la ONU.

Pero ni tiempo tuvo de preguntar porque vio a los guardias de seguridad correr hacia el interior del edificio, eso y que identificó la camioneta de su maplecito mal estacionada a pocos pasos.

—Verga —golpeó el volante—. Esto está mal.

—Ay no —Hub se sostuvo el rostro con fuerza, desesperado, al borde de un ataque de nervios—. No debí ir con mami. ¡Debí callarme y esconderme un rato! —respiró de forma irregular—. ¡Solo traigo problemas!

—Ey chamaco —le golpeó levemente en la cabeza—. Tranquis. No has hecho nada malo.

—No lo entiendes —quería gritar.

—No y quisiera que me expliques, pero no hay tiempo —lo empujó—. Vamos. Tú me cubres la espalda.

México corrió cuanto pudo mientras Hub le daba una pequeña explicación, que se resumía en que ONU y en niño no tenían una buena relación y que últimamente, debido a algunos problemas con la página, las amenazas volvieron.

Porque ONU quería desaparecer a Hub. Y no tuvo reparo en atacarlo físicamente en amenaza.

Quien iba a pensar que aquella organización de la paz fuera capaz de hacerle eso a un niño, porque Hub era un mocoso a pesar de que su apariencia fuera la de un adulto.

Canadá jamás obviaría algo así, por dios, nadie lo haría.

Y, como padre, México entendía que su maplecito dedujera todo como por arte de magia, sin necesitar de una explicación certera o que su hijo nombrara al culpable. Además, que él también madrearía a cualquiera que se atreviera a ponerle un dedo a sus hijos. No solo los madrearía, no, les metería...

Esperaba no llegar tarde.

No tanto.

.

.

.

—¡Te lo advertí!

Se escuchó el grito de alguna trabajadora que presenció cómo uno de los country arremetió contra la puerta de ONU. Susto que compartieron dos humanos más quienes advirtieron que la representación de Canadá había ingresado un arma blanca y que estaba destrozando el cerrojo de la oficina principal.

Era un desastre.

Porque Canadá podría ser un pacífico country, pero si se metían con lo que más amaba, podría superar a cualquier idiota que generara temor en ese ambiente. Explotaba sin más, no pensaba las cosas, y en ese momento, con cada balanceo de su hacha contra esa puerta, solo quería castigar a alguien.

La adrenalina le nublaba los sentidos, la ira fulguraba en su cuerpo como un calor desagradable, y sus dientes rechinaban cuando no podía gritar.

—¡ONU!

—¡Ya informé de tu presencia aquí! ¡Si te detienes ahora, no habrá represalias!

Él supo a lo que se atenía cuando decidió amenazar a Hub, pero no le importó, y ahora admiraba como su puerta era desgarrada poco a poco, escuchaba las amenazas contra su integridad, y apretaba los puños porque sabía que no había forma de razonar.

Debería usar la fuerza.

Debería enfrentar a Canadá una vez más, y la última fue un desastre.

—¡Te atreviste a tocar a mi hijo!

La puerta cedió ante la furia del bicolor, los guardias corrían por los pasillos, se armó un caos, y México se guio por esto para llegar con su canadiense.

—Mi maplecito se volvió salvaje.

—No tienes idea.

Hub sentía culpa, pero más era su temor, porque si no detenía a su mami, había un problema mucho más grande que solo aguantarse un regaño o unos golpes.

Nubes [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora