CAPÍTULO 72 - CUANDO TE CONOCÍ

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Valentina's POV

A veces no sé qué fuerzas del universo invalidan o superan a otras, como la electromagnética y la gravitatoria, me gustaría saber cuál va primero, cuál tiene más importancia.

Igual que me gustaría saber por qué la excitación no disminuye, aunque mi novia esté muerta del miedo escuchando los pasos de su padre en el piso de abajo, quiero creer que es porque sigue desnuda y su rostro repentinamente expresivo la hace ver muy linda.

Pero volviendo a lo de las fuerzas cósmicas, empiezo a creer que no hay una fuerza superior a otra, las dos existen en un mismo universo y se complementan o actúan en medida de la otra.

Usando esta misma lógica, me permito darle besos en el cuello y sostener su desnudez sobre la mía, aunque también tenga miedo. El hombre, que con su voz ronca ya ha maldecido en varios tonos vocales, me genera pavor.

Juliana y yo estamos tiradas en medio del pasillo del segundo piso que conecta a las escaleras y demás habitaciones, intentando entrar a una. Nos hemos caído y, ni colocarnos la ropa ni movernos, es una opción, porque con la furia del hombre, de un salto llega a la segunda planta, nos encuentra en tremendas preliminares, y es que ninguna de las dos da más para otro discursillo de mierda sobre nuestro escape, el peligro de ser gay y otras opiniones estólidas.

—¿Debería bajar? —hace una pregunta que suena más a retórica.

—Deberíamos ponernos la ropa. —la aprieto a mi cuerpo. —Luego salir por la ventana, entrar de nuevo por la puerta y fingir que ocasionalmente llegamos al mismo tiempo.

Ella lo medita un segundo, aunque claramente fui sarcástica. Está asustada, se nota.

—¿En serio?

Le doy un golpecito en la frente.

—No, tonta, ni que voláramos. —beso su mejilla para aligerar cargas. —Debemos bajar y enfrentarlo, como putas adultas.

Bueno, mis casi dieciocho años no me meten en el saco de los adultos, pero yo creo mucho en la relatividad de las definiciones.

—Me apetece más hacerme una rectoscopia, que discutir con él. —responde con fastidio.

Me da risa la comparación.

—¡¿Juliana?! —escuchamos gritar.

Nos ha oído, mierda. El hombre grita varias veces el nombre de la chica, las dos nos miramos inmediatamente y tomamos la decisión de meternos a un cuarto de un salto y vestirnos con rapidez militar.

Entonces escuchamos al señor Valdés subiendo de a dos escalones, y antes de que pudiese llegar a nuestra puerta, porque claro, ya había notado todo el ruido, Juliana abre y sale con la ropa medio arreglada al pasillo, cerrando a su vez la puerta y dejándome a mí fuera de la siguiente charla.

—¡¿Qué le pasó a la puta casa?! —grita el hombre. Me aterra.

Pongo mi oreja en la puerta.

—Así la encontré. —responde mi chica. —No te atrevas a culparme, que acabo de llegar.

—¿A quién más culpo, joder? Creí que cuando te ibas era para no volver, descarada de mier...

—Yo también creía que cuando era pequeña y te ibas, era para no volver, pero llegabas y también era para cagarla.

—¡No me hables así! —sube mucho el tono.

—¡Tú a mí no me dices que mierda hacer!

Amenaza, y creo que no la he escuchado nunca ser tan agresiva, jamás, ni siquiera en sus cortas peleas con Stella. Su tono es como ese lado descontrolado y fatal que nunca se muestra hasta que va en serio.

PROHIBIDO (ADAPTACIÓN) - JULIANTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora