Abismo.

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Domingo,7:08 am.

 Abismo

Mis ojos estaban fijos en la luz que atravesaba las persianas que colgaban en la ventana de la habitación, llevaba horas admirando en silencio como el sol salia lentamente hasta ponerse en su punto mas alto. 

Me había rehusado a dormir en toda la noche, tenia miedo de lo que podría llegar a soñar pero sobre todo no quería bajar la guardia por si el decidía entrar en la habitación en la noche para seguir haciéndome daño.

 La crisis que había tenido la noche anterior en el baño jamas se me olvidaría, aun los vidrios seguían regados en el lava manos al igual que mi sangre seca en gran partes de este. Había tenido que curar yo misma mis heridas, pero la peor parte había sido la de sacar los trozos que habían perforado mi piel. Las había desinfectado y vendado, para luego terminar tragando las pastillas para el dolor que Shugar me había indicado. 

Las heridas no parecían necesitar suturas o al menos eso creía yo, no las notaba lo suficientemente profundas para ello. El dolor físico había disminuido pero nada se comparaba con el que llevaba en el interior. ¿Como todo había cambiado tan repentinamente? Era una manera tan brusca y violenta en como mi vida había cambiado por completo de la noche a la mañana. Jamas hubiera imaginado algo así, resultaba descabellado, incluso irreal. Deseaba tanto que esto fuera solo una pesadilla y que me encontrara dormida en mi cama, en mi habitación, incluso hasta alucinaba a mi madre entrar por la puerta para despertarme y decirme que me preparara para desayunar. 

Pero no, todo esto era real, una cruel y fría realidad. El sonido de la puerta hizo que mi cuerpo se tensara, ni siquiera me di la vuelta para mirar si era el hombre de nombre desconocido que seria el causante de mis peores pesadillas o el sirviente de este, fuera quien fuera no deseaba ver a ninguno pero era mas que obvio que prefería a la segunda persona, al menos el no me había agredido hasta el momento.

 —Señorita—cerre mis ojos al escuchar la voz de Shugar, aunque intentará negarlo había sentido un gran alivio al saber que era el.

—El señor pide que se aliste y baje a tomar el desayuno junto a el. 

 Y así como el leve alivio llego de la misma forma se fue, causando que mi cuerpo se tensara y se estremeciera de semejante manera que incluso llegó a doler en mis músculos mas lastimados.

 Ni siquiera podía pensar en la idea de comer, mucho menos tenia el deseo de verlo, prefería mantenerme aquí en la habitación o escondida en el baño, batallando mis propios miedos internos pero sabia, que si no bajaba el me mandaría a buscar o incluso el mismo vendría por mi. 

—Esta bien—susurre en un tono quedado, sin voltear a verlo.

 No, no estaba bien y nunca lo estaría. Un silencio incómodo se creo en medio de la habitación en el cual no pude distinguir si el me miraba o hacia otra cosa. Fuera lo que fuera, era muy cauteloso de que no se notara. 

 —Su mano—sus dedos apenas rozaron mis heridas junto con su voz neutra me hicieron pegar un brinco en mi lugar, ¿Como no había notado su cercanía? Era espeluznante como podía aparecer de un momento a otro de manera sigilosa.

—Esta herida ¿Que se hizo? 

Escondí mi mano vendada detrás de mi espalda, se podía apreciar la sangre seca atravesando la tela blanca que comenzaba a volverse amarilla. Ese pequeño movimiento hizo que me mordiera el labio con intensidad para no dejar escapar un sonoro quejido. 

 —Nada—masculle por lo bajo, aportandome de su persona—Por favor déjeme sola, ya bajare tan pronto me aliste.

 Podía sentir sus ojos penetrantes encima de mi, me miraba con intensidad haciendo que me sintiera incomoda.

Raptada por el enemigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora