Pero no era la pizza.
Abrí la puerta, pero lo que me encontré no fue un chico vestido de rojo con una gorra con el logo de una pizzería, sino a una mujer de unos cuarenta años, con el pelo corto hasta los hombros, que me sonrió de manera cálida, aunque pareció sorprendida de verme. En las manos llevaba una bandeja con papel cubriéndola. Parecía algo así como pescado al horno.
—Ah, tú debes ser Mia, si no me equivoco —me dijo—. Tu padre me dijo que vendrías, pero no esperábamos que fuera tan pronto. ¿Puedes llamarlo?
—Eh... Sí, claro.
Me acerqué a la habitación de mi padre, toqué la puerta y le dije que había una mujer en la puerta con algo sospechoso en las manos. Salió algo alarmado, pero se calmó al ver a la mujer ahí de pie, expectante.
—Ah, hola, Helena —la saludó.
—Hola, Dan, te he traído algo de pescado al horno, pero no sabía que tu hija ya estaría y no creo que haya para dos.
—No tenías por qué hacerlo —mi padre lo recogió, invitando a pasar a la mujer, que tomó asiento en el sofá.
—No me dijiste que tu hija ya era mayor, ¿Cuántos años tienes, cielo?
—Diecisiete —murmuré, tomando asiento en una de las butacas.
—Ah, dos menos de mi hijo. Él podría enseñarte la ciudad y presentarte a algunos amigos, para que vayas adaptándote al lugar.
—¡Esa es una magnífica idea! —saltó mi padre, sentándose al lado de Helena, que sonreía tanto que parecía que no podía dejar de hacerlo.
—¿Por qué no cenamos los cuatro juntos esta noche? Así tendrás cena para todos.
—Pero papá ha llamado por una pizza... —empecé, ya que no quería ser tan maleducada como para declinar su oferta. Estaba demasiado cansada como para aguantar una cena con desconocidos.
—No, todavía no he llamado —mi padre sonrió, probablemente pensando que eso lo que me hacía ilusión—. Podemos cenar aquí.
—¡Ahora mismo llamo a mi hijo! —se puso de pie, yendo a la cocina para llamar sin molestar.
Miré a mi padre con una mirada significativa que, claramente, no entendió. No podía decirle que no me apetecía, porque la pobre Helena estaba ilusionada con ello y me oiría si lo decía. Además, mi padre también lo parecía. Me mordí la lengua, literalmente.
—¡Ahora viene! —exclamó la mujer, volviendo con nosotros.
Al cabo de unos minutos en los que ellos hablaron y yo me limité a mirar la pared -a la cual le faltaba un trozo muy pequeño por pintar- llamaron a la puerta y mi padre fue a abrir. Escuché dos voces masculinas y luego a mi padre yendo a la cocina, riendo. Al instante un chico se quedó de pie en la entrada del salón, mirándonos estupefacto.
Era el mismo chico del balcón.
Así que ese iba a ser mi vecino.
Genial.
—Acércate, Logan, ¿Dónde están tus modales? Este es mi hijo, Mia.
Él se acercó a mí, borrando toda expresión de su rostro, sustituyéndolo con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo.
Hubo la misma frialdad en una frase que en otra. Cada uno se sentó en un punto opuesto del salón. Su madre parecía completamente ajena a nuestro comportamiento, estaba demasiado ocupada charlando sola. Finalmente, mi padre la llamó y pusieron la mesa juntos, dejándonos a solas en el salón. Me removí incómoda en mi asiento, aunque él se limitó a mirarme con una sonrisa de autosuficiencia.
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Essence
RomanceMia Brenan conocía muy bien el amor, o al menos eso creía. Lo tenía todo bajo control. Por eso, un verano en casa de su padre cuando acababa de matricularse era lo más inesperado para ella. Durante todo un verano pueden pasar muchas cosas; conoces a...