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—¿Quieres estar quieta de una maldita vez?

—¡Lo estaría si no me hubieras roto el maldito dedo!

—¡No te lo habría roto si no te hubieras puesto en medio de la trayectoria del balón!

—¡Oh, lo siento, pobrecito, te he desviado la pelota!

—¿Por qué eres tan insoportable? ¡Malcriada!

—¡Imbécil!

—¡Tonta!

—¡Idiota!

—¡Histérica!

—¡Gilipollas!

—¡Loca!

—¡Uf, te odio!

—Muchachos —la enfermera se aclaró la garganta, con una sonrisa tímida—. ¿Alguno de vosotros puede rellenar los papeles?

—Yo no puedo —gruñí señalando mi dedo dolorido.

Él me dedicó una mirada agria y cogió los papeles y un bolígrafo. Nos sentamos en dos de las sillas libres de la sala, conscientes de que todos nos estaban mirando por la escenita que acabábamos de montar. Logan leyó rápidamente la hoja y luego preparó el bolígrafo.

—Nombre —gruñó.

—Mia Azeneth Brenan.

—¿Azeneth? —contuvo una sonrisa.

Lo golpeé con el brazo bueno, con lo cual puso una mueca y siguió apuntando.

—Era el nombre de mi abuela, cuidado con lo que dices.

No dijo nada. Tenia la letra bonita; más que la mía. Asqueroso...

—Edad.

—Diecisiete.

—Fecha de nacimiento.

—Treinta de agosto de 1997.

—Lugar de nacimiento.

—California.

—Está bien. Causa de la urgencia.

—Un imbécil me ha tirado un balón y he intentado protegerme.

—Pondremos: agresión casual con objeto volador.

Puse los ojos en blanco.

—¿Tienes el período en este momento?

Me puse roja.

—¡Eso no lo pregunta!

—Claro que sí.

Respiré hondo.

—No.

Se me había ido esa mañana.

—Con tu humor habría jurado que sí —se encogió de hombros—. En realidad no lo preguntaba.

Se levantó y dejó las hojas a la enfermera. Un rato más tarde ya nos habían llamado. Entramos ambos con la enfermera, que me hizo una radiografía y confirmó que sólo era una contusión y que iba a llevar el dedo vendado unos días. Fulminé a Logan con la mirada, aunque él parecía estar pasándoselo en grande.

Una hora más tarde subíamos a su coche. Yo revisaba las pastillas que me habían dado y el informe sobre la contusión. Logan arrancó el coche con brusqueza. Justo en ese momento sonó el teléfono y fruncí el ceño al ver que era un número desconocido. Lo puse en mi oreja.

—¿Sí?

—Hola, Mia, soy Ethan.

—Ah, hola Ethan.

EssenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora