30

11.5K 1.4K 292
                                    

Apoyada en la barandilla que unía las habitaciones de Logan y la mía, miré la ciudad con la sudadera puesta y las manos en los bolsillos. Parecía tan pequeña, tan insignificante. Miles de luces parpadeantes que seguían su ritmo. Personas que iban de un lado a otro, ajenas a mí y a mis problemas.

Saqué el papel de mi bolsillo y cerré los ojos.

Recordaba perfectamente lo que había pasado esa última semana. Especialmente la noche en la que Logan y yo conseguimos salir de la fábrica abandonada...

Apenas dormí.

Me despertaba cada cinco minutos, convencida de que Logan se había movido, que había hecho el más mínimo movimiento que me indicara que podía tener esperanza. No sé cuantas veces puse la oreja en su pecho y su corazón me calmó. Ni tampoco cuántas veces ajusté mi sudadera encima de su cuerpo. Sólo podía decirme una cosa para mantenerme firme:

—Saldrás de esta. Seguro que lo harás.

Pero la esperanza estaba apagándose tan rápidamente como venía mientras escuchaba ruidos en la habitación de al lado. Risotadas, pisadas por encima de nuestras cabezas... estábamos en un sótano. Miré a ambos lados, pero nada parecía una buena herramienta para escapar de ahí. Pero tenía que hacer algo... lo que fuera. Quizá Logan estuviera más grave de lo que quería convencerme y necesitaba atención médica más rápido.

Por Dios, que esté bien.

Un ruido me sorprendió en medio de la noche y abrí los ojos. Había vuelto a dormirme. Miré a Logan, tumbado bajo mí. Estaba frío todavía. Coloqué una mano en su corazón y sentí que sus débiles latidos me calmaban. Miré a mi alrededor cuando el ruido se repitió. ¿Qué demonios estaban haciendo esos en el piso de arriba?

Apreté el cuerpo de Logan, ahora helado, contra el mío de manera protectora cuando escuché que alguien intentaba abrir la puerta. No iban a volver a ponerme un dedo encima, como si tenían que pasar por encima de mi cadáver, pero conmigo no lo harían.

Entonces, la puerta cayó. Más bien salió volando.

Me quedé mirando cómo unos cinco hombres vestidos con uniformes peculiares entraban en la sala y se nos quedaban mirando sorprendidos. Uno de ellos gritó algo que no entendí y vi que entraban tres personas más, estas vestidas con otro uniforme que se me hizo igual de extraño. Apreté más el cuerpo de Logan contra el mío. No entendía nada. Se acercaron corriendo a nosotros empujando algo grande e intentaron coger a Logan, pero no les dejé.

—¡No! —grité.

Lo volvieron a intentar y esta vez el grito que salió de mi garganta no pareció mío. No pude enfocar bien hasta que una mujer se agachó delante de mí con una sonrisa maternal. Parpadeé y me di cuenta de que los veía borrosos a causa de las lágrimas.

—Escucha, estamos aquí para ayudarte, ¿vale? —la mujer se señaló a sí misma y a los demás, que sostenían todavía lo que habían empujado—. Me llamo Amanda, quiero ayudar a tu amigo.

Señaló la cosa de su lado, y comprendí que era una camilla.

La policía y una ambulancia.

Todo pasó rápido. En menos de diez minutos estaba metida en una ambulancia, temblando, mientras Amanda me cubría con una manta. Miré a Logan, tumbado en una camilla a mi lado, con tres personas que le hacían cosas. Amanda se encargó de mí, preguntándome cosas sin sentido, mirándome las pupilas, la lengua, todo. Me quedé quieta dejando que lo hiciera, aunque sin dejar de mirar a Logan.

Cuando llegamos al hospital, vi que lo metían en una habitación y a mí me llevaban a otra sala.

—¡No! —forcejeé con la enfermera—. ¡No, quiero ir con él!

EssenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora