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Desde que había llegado esa noche a casa, me había encerrado en mi habitación. Y habían pasado cuatro días. Mi padre no había osado acercarse para hacer nada más que ofrecerme algo de comer o de beber. No quería que me molestaran, solo lo quería a él, a Logan, a mi Logan, al que había destrozado el corazón sin quererlo.

Había tenido la esperanza de que viniera, pero sabía que no lo haría. Incluso le había dejado algunos mensajes en el móvil, pero no había contestado a ninguno. No había querido irrumpir en su habitación de repente, era demasiado arriesgado, pero deseaba con todas mis fuerzas hacerlo. Quería que viniera. Quería que me abrazara y me dijera que todo estaría bien. Quería comer regaliz con él, o tumbarme sobre su cuerpo desnudo en busca de algo de calor. Quería besarlo y que él se señalara la otra mejilla, sonriendo como un niño pequeño, y que después señalara su frente o su boca. O recibir uno de esos abrazos de oso que siempre me daba, o sentir sus labios sobre mi piel, o su calor en la cama. Era demasiado grande sin él.

Lo necesitaba.

Nunca, en toda mi vida, habría creído que pudiera necesitar a alguien con tanta ansía como necesitaba a Logan. Se había convertido, en apenas dos meses, en la razón de mi existencia. Sonaba tan horrible como se sentía no tenerlo. Era como si se hubiera llevado el noventa por ciento de mi cuando se fue, dejando solo un cuerpo vacío, sin motivos para nada, que se había quedado en su habitación durante horas. Me lamentaba continuamente, pero había sido incapaz de hacer nada más útil. Dios, lo necesitaba.

Mi chico diez.

Mi salvavidas.

Lo anhelaba.

Y lo había destrozado.

Cerré los ojos cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse y escuché los pasos de mi padre acercarse a mi cama. La cual rechinó cuando se sentó a mi lado. Me cubrí aún más con las sábanas, sintiendo que las lágrimas amenazaban en salir de nuevo. No, no quería volver a llorar. Solo lo quería a él.

—Mia...

Era la voz de Sophia, y sentí que mi corazón daba un vuelco. Necesitaba una amiga como nunca antes la había necesitado.

—Tu padre llamó al trabajo para decir que no ibas a venir —siguió ella, con voz suave—. ¿Qué pasa, no te encuentras bien?

Negué con la cabeza. No, me sentía como si un tractor subido encima de un camión hubiera arroyado mi cuerpo cincuenta veces.

—No —admití, con voz ahogada.

—¿Qué ha pasado?

Me giré sobre mí misma y la miré, con los ojos llenos de lágrimas. Ella elevó sus cejas, sorprendida.

—Me ha dejado —susurré.

—¿Qué?

—Lo ha hecho. Por mi culpa. Me ha dejado. Soy una persona horrible, Sophia.

Ella me abrazó cuando coloqué la cabeza en su regazo y empecé a llorar como una cría. Sentí que me acariciaba la espalda con ternura, sin poder creerse lo que le estaba diciendo.

—No eres una persona horrible —murmuró ella—. Tu padre ya me ha contado lo de la Universidad. Era cuestión de tiempo que te fueras, Mia; con tu madre o con otra persona.

—Pero no quería que se enterara así.

—¿Quieres que te diga lo que creo?

Asentí con la cabeza cuando mi sollozo se calmó.

—Lo que yo creo es que ese chico verdaderamente está enamorado de ti —murmuró, acariciando mi cabello—. Y que se ha asustado con la idea de perderte, por lo que se ha alejado de ti para no salir herido. Pero eso no significa que no te quiera, Mia, simplemente que está asustado. Tienes que darle algo de tiempo para que se haga a la idea, no puedes exigirle que se adapte al instante.

EssenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora