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Cuando llegué a casa mi padre me estaba esperando sentado en la mesa de la cocina, y no tenía nada delante de él, como papeles o un ordenador por el trabajo. Nada. Simplemente tenía los dedos entrelazados y me miraba atentamente. No comprendí muy bien su expresión, así que intenté escabullirme.

—Buenas noches —murmuré, pasándome la mano por el pelo, el cual me acababa de alborotar Logan cuando se había despedido de mí en la puerta.

—Mia —me llamó, paralizándome—. Ven aquí un momento.

Oh, oh.

Me acerqué a él y me senté en la mesa, justo delante. Parecía serio, como si estuviera enfadado, pero nunca había visto a mi padre enfadado. No desde que había tenido una fuerte discusión con mi madre y se había ido a pasar la noche en un hotel. Recordaba esa noche como si hubiera sido el día anterior, aunque de eso hacía años.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

Vi que cogía algo de debajo de la mesa y ponía dos sobres, apuntando hacia mí. Fruncí el ceño. Tenían mi nombre.

—¿Son para mí?

—Sí, lo son. Ábrelos.

Rasgué el papel con los dedos de un sobre y leí la carta, que iba expresamente dirigida a mí. Había sido escrita con ordenador, y estaba perfectamente doblada. Fruncí el ceño y lo empecé a leer.

No puede ser.

Me habían aceptado en la Universidad.

Me quedé contemplando el papel sin saber qué decir, y abrí la otra carta. Era exactamente la misma información, solo que con otra universidad; Universidad de San Diego. Miré a mi padre con la boca abierta, y vi que estaba sonriendo.

—Te han aceptado en ambas, Mia —me sonrió nostálgico—. Han llegado esta mañana.

—Pero... Pero...

—¿No estás contenta? Es lo que tú querías, ir a una buena universidad. Y ahora puedes elegir la que más te apetezca.

—Pero... —tenía la garganta seca—. Pero están muy lejos.

—No lo están tanto.

—Papá, una está en Fullerton y la otra está en San Diego, además, una es católica y yo no creo en...

—Pero, vamos a ver —él se frotó las sienes—. ¿Cuál es el problema? Tu madre ha llamado entusiasmada en cuanto lo ha sabido.

La idea de mi padre y mi madre hablando tranquilamente gracias a mí me enterneció.

—Siempre lo has querido, y si no quieres la universidad de San Diego, siempre te quedará la de Fullerton. No lo entiendo, es lo que siempre has querido; además, te han aceptado a la que tú, precisamente, querías ir. ¿Por qué no te alegras? Podríamos venir a verte cada fin de semana, son sólo unas... cinco horas de viaje.

Me di cuenta de que estaba siendo idiota y le estaba quitando el entusiasmo de ver que su única hija yendo a la Universidad, ¿qué me pasaba? ¿Por qué estaba negándome lo que había buscado durante años?

Bueno, en el fondo lo sabía: por Logan. ¿Cómo iba a decirle todo esto? ¿Cómo iba a reaccionar él?

—Tienes razón —sonreí—. Mañana mismo voy a enviarles la carta de confirmación.

Él me sonrió y escondió las cartas en sus sobres dándomelos.

—Estoy muy orgulloso de ti, ¿lo sabes?

—Gracias, papá.

Él se levantó y me plantó un beso en la frente.

—Mi niña ya es toda una mujer —y se marchó con una enorme sonrisa a su habitación.

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