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Si Logan, por un breve momento, había pensado que dejaría mi trabajo, llevaba las de perder.

Mi trabajo era mi burbuja de escape, y sonaba extraño, pero era la única salida que tenía de casa, a parte de cuando iba a hacer la compra. Me distraía de pensar en mi madre, en mi casa, en todo lo que empezaba a echar seriamente de menos. Ya hacía casi un mes que estaba en casa de mi padre, y ya se podía decir que me estaba acostumbrando a él. No podía imaginarme el día en que tendría que irme, cuando me despidiera de él sabiendo que lo dejaría completamente solo en aquella casa y no sabría cuánto tardaría en volver a verlo.

La sola idea hacía que se me pusieran los pelos de punta.

Esa noche estaba distraída. Cualquier ruido insignificante hacía que levantara la vista hacia la puerta para darme cuenta de que probablemente Ethan no aparecería, y quería que fuera así. Desde la conversación con Logan, empezaba a tener miedo de encontrármelo.

Logan tenía razón -cosa que nunca admitiría en voz alta-; no sabía de lo que eran capaces.

Me acerqué a la barra y empecé a preparar una bebida para una chica que no dejaba de teclear en su ordenador. Sophia me sonrió, aunque no le respondí.

—¿A qué viene esa cara de culo? —preguntó, pellizcándome.

—Auch —me quejé.

—Tú, ponme una cerveza —indicó un hombre calvo y barrigudo desde la barra, mirando a Sophia.

Ella lo ignoró, mirándome preocupada.

—¿Ha pasado algo?

—Nada importante —murmuré.

—Eh, rubia, atiéndeme.

—Un momento —Sophia le dedicó su mejor sonrisa—. ¿Tiene algo quever con quién-tú-ya-sabes?

—¿Por qué hablas de Logan como si fuera Voldemort? —me reí.

—Es el innombrable —me guiñó un ojo—. Vamos, dime qué ha pasado.

—Pues...

—Oye, rubia, o me atiendes o me largo —gruñó el hombre.

Sophia suspiró y puso los ojos en blanco. Mientras llenaba la jarra, le relaté lo sucedido con Ethan y Logan. Ella escuchó atentamente y casi derramó toda la cerveza, haciendo que el hombre volviera a gruñir.

—¡Joder! La próxima vez, me avisas y te llevo a casa, tía —me riñó con el ceño fruncido—. A saber de lo que hubieran sido capaces esos cabrones.

—Para tener una cara tan bonita —dijo el hombre de la barra, mientras cogía del brazo a Sophia, quien frunció el ceño—, tienes una lengua muy sucia. Quizá tendría que limpiártela.

—Aparta tu mano de mí —gruñó Sophia, a lo que él se acercó aún más.

—Oh, vamos, no te hagas la difícil.

—Oye, suéltala —le dije yo con voz firme.

Por primera vez, pareció percatarse de mi existencia y me miró como si fuera un bicho raro. Su mirada me hizo sentir como uno, de cierta manera. Odié eso. Odiaba que la gente me hiciera sentir mal.

—¿Me lo dirás tú, mocosa? —preguntó, escéptico—. Mejor vete a una guardería y déjanos a solas.

—Resulta que esta mocosa te va a partir la cara como no la sueltes —espeté, poniendo los brazos en jarras.

—¿Que tú qué? —se levantó del taburete, encarándome—. Te voy a...

—Te vas a callar de una jodida vez.

EssenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora