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Mi padre me había dejado salir la mar de contento. Al parecer estaba entusiasmado con la idea de que hubiera hecho una amiga en el trabajo y saliera de fiesta con ella. Me puse unos pantalones cortos vaqueros que no me solía poner por lo cortos que eran, y una blusa roja que tenía la espalda transparente. Bajé en el ascensor y me encontré a Sophia con su melena rizada rubia tan rebelde como en el restaurante y un mono negro que marcaba sus curvas suaves. Me sonrió nada más verme.

—Qué guapa estás.

—Tú también.

Subimos al coche y ella empezó a manejar.

—¿Puedo preguntarte por qué te ha dado ese arrebato para ir a una discoteca? –me preguntó nada más arrancar.

—Me ha apetecido de repente.

—Ya —no se lo creyó, evidentemente—. Bueno, a mí también me apetecía salir, así que no preguntaré más.

—En realidad es por un chico —admití—. Es mi vecino, y se cree que no soy capaz de salir.

—No me malinterpretes, pero no pareces el prototipo de chica que sale cada noche de fiesta —se encogió de hombros, mientras iba saliendo poco a poco de las calles que conocía—. Pareces demasiado buena.

—¿Mojigata?

—No, claro que no. Odio que la gente encasille a los demás sin conocerlos —puso los ojos en blanco—. Es solo que no te ves como alguien que haya salido mucho, eso es todo. Pero eso pronto cambiará. Esta noche voy a buscar un bombón para ti y otro para mí, y vamos a triunfar —puso la radio en marcha y salimos de la carretera principal sin decir nada más.

La discoteca se encontraba en las afueras, y se trataba de un local muy grande, de unos tres pisos, del cual no se escuchaba ni rastro de música desde fuera. Era el único edificio en la zona, por lo que la cola le daba media vuelta antes de llegar al gorila que te decía si entrabas o no. Nos pusimos detrás pacientemente. Sophia se puso a poner notas del uno al diez a cada tío que pasaba. No pasaban del siete ninguno, hasta que, de repente, dijo:

—Uh, ese un siete.

Levanté la vista curiosa y vi a un chico rubio que se paseaba hacia la entrada, pasando por delante de la cola sin ningún pudor. Cuando pasó por delante de nosotras, me sorprendí a mí misma por reconocerlo.

—¿Ethan? —pregunté.

Él se detuvo y me miró. Sonrió al reconocerme. Aunque la mejor cara fue la de Sophia, que me miraba sin entender nada.

—¿Mia? Vaya, menuda sorpresa —se acercó a mí, pasando por encima del cordel azul que dividía la cola de la calle—. ¿Hace mucho que esperáis? —le dedicó una breve mirada a Sophia y se presentó—. Soy Ethan.

–Sophia.

—Solo hace unos... ¿Diez minutos? —miré a Sophia, quien asintió con la cabeza.

—Vamos, entraréis conmigo —pasó encima del cordel y lo seguimos.

Me fijé en que me sacaba más de una cabeza, y en que estaba delgado pero musculoso. Tenía la piel paliducha, y la camiseta de tirantesnegra que llevaba hacía que se notara más. No pude evitar recorrerlo con la mirada. Era mucho más guapo de lo que había visto en un principio. Sophia se lo estaba comiendo con la mirada. Y eso que solo era un siete.

—¿Por qué no me habías dicho que conocías a chicos así? —me preguntó mientras rodeábamos el edificio.

—Lo he conocido hace una hora, estaba en la mesa mala.

—¿Enserio? Deberíamos cambiar la zona, ¿sabes?

Le di un codazo y las dos reímos, haciendo que Ethan nos mirara confuso, aunque no dijo nada. Sin previo aviso, me agarró de la mano y se colocó al lado del portero, que me miró con una mirada escéptica.

EssenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora