Prólogo

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La bóveda yacía sumida en las sombras

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La bóveda yacía sumida en las sombras. Era un pasillo con forma cilíndrica que parecía no tener fin. No obstante, su instinto le decía que estaba por llegar a la habitación contigua, y no se equivocó.

El hombre, con los músculos cálidos, sintiendo su respiración como si le susurrara en los oídos, caminó dando rápidas zancadas y alcanzó una plataforma.

El nuevo lugar que apareció ante él, era un agujero enorme tallado en la roca. Tenía escaleras que descendían por las paredes, como un caracol que se perdía abajo, en el fondo de la oscuridad. El hombre estaba parado en el punto más alto de estas. Había un ruido oscilante en ese lugar.

Observando la cavidad vertical, tuvo la impresión de que comenzaba a entender cómo funcionaba todo eso.

Era inédito. La energía fluía como una gruesa línea de luz por ese espacio, pareciendo una espada cuya hoja fuera clavada en tal agujero.

Sorprendente.

Comenzó a descender las escaleras sin prisa, tomando un descanso de su agitada incursión. Era la calma antes de la tormenta. Tenía que aprovechar de contemplar esa maravilla mientras pudiera, y de anotarlo también.

Sus primeras observaciones fueron registradas entre sus papeles. Luego, símbolos de luz fueron dibujados por sus dedos, para finalmente ser tachados y desaparecer. Al instante los escritos ya no estaban allí.

Oyó ruidos desde arriba, así que echó a correr.

Mientras descendía el monumental espiral, escaneó sus alrededores por si veía una puerta de salida. Eso solo ocurrió cuando por fin alcanzó el final de las escaleras.

Se trataba del último piso, el cual era como una cúpula que se iba contrayendo hacia el agujero de arriba. La luz caía sobre una estructura de metal circular y de color dorado, presumiblemente oro. Era aquí de donde provenía el sonido, escuchándose frenético como graznidos de pájaros.

En los alrededores del amplio suelo se erguían estatuas de mármol. Se trataba de las Cinco Divinidades: figuras humanoides de túnicas, cuyas cabezas estaban blindadas por cascos y quienes en sus manos portaban un libro, el cual parecían ofrecer a la corriente de luz. Sus ojos estaban brillando en azul, de presencia imponente.

Él podía sentir la presión sobre su cuerpo. Estaba siendo observado.

Los pasos de arriba se acercaron.

Entonces, con rapidez, él se ocultó detrás de una de las protuberancias que sobresalían del suelo, y repitió el proceso de anotar la información y hacerla desaparecer.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora