Capítulo 43

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La alegría de haber ganado la copa duró por muchos días en la sala común. El día siguiente y subsiguiente al partido casi nadie se preocupó por los cercanos exámenes, por casi nadie me refiero a Hermione y a Percy, claro. No es que yo no me preocupara, pero aquel lunes en la noche, yo tenía algo que hacer. 

Esperé a que todos subieran a acostarse en la sala común, y luego salí en silencio por el retrato, y me escabullí hasta la entrada de la sala de profesores, en donde me escondí entre las sombras, hasta que la mayoría de los profesores se fueron, por suerte sin verme, pues aún no salía a quien yo esperaba. Y no fue hasta que la profesora McGonagall dobló la esquina del pasillo de en frente que no vi al profesor Lupin abandonar el lugar con un bolso algo mullido. Esperé a que girara en una esquina antes de aproximarme, pues aún no creía conveniente transformarme aún, y estuve así siguiéndolo de lejos hasta que salió a los terrenos del colegio. 

Una vez afuera, hice lo que me había dicho el profesor Dumbledore. Me concentré en la imagen de mi forma animaga que había visto en el espejo, y una vez estuve cómoda, empecé a batir las alas, para acercarme más al profesor, y no perderlo de vista, todo sin revelar mi posición.

El profesor Lupin se empezó a acercar al Sauce Boxeador cada vez más, y al estar a una distancia prudente, hizo levitar una rama caída para que tocara una parte del árbol que no vi bien por la oscuridad, y acto seguido, el árbol se quedó tan quieto como una estatua, o más bien, como un árbol normal. Apenas él entró por una especie de agujero entre las raíces del árbol, y temiendo que éste se empezara a mover otra vez, volé lo más rápido que pude entrando por el mismo lugar.

Apenas estuve dentro de aquel especie de túnel, me rezagué un poco, para evitar que el profesor me viera. Esperé unos segundos, y continué volando hacia adelante por lo que pareció una eternidad, hasta que llegamos a una habitación bastante destartalada, que tenía unas escaleras por las cuales el profesor subió. Lo seguí lo más silenciosamente que pude y me apoyé en el marco de una de las rotas ventanas del segundo piso donde estábamos, examinando el lugar con la mirada.

Apenas vi que no solo las ventanas estaban rotas, si no que había también una puerta rota, sillas sin patas, y el lugar lleno de arañazos, reconocí que estábamos en la Casa de los Gritos, pues me había transformado allí. Tenía sentido que el profesor Dumbledore conociera su amplitud si el profesor venía aquí en cada luna llena, seguramente él se lo recomendó. 

Una vez la luna alcanzaba su cenit y sus rayos de luz iluminaban el suelo, el profesor, que había estado de espaldas a mí, de repente empezó a gruñir. Su cabeza empezó a alargarse, y su cuerpo también, mientras que sus hombros empezaban a sobresalir. Pelo empezó a brotarle del rostro, y de sus manos, retorciéndose hasta transformarse en garras. Parecía ser un proceso extremadamente doloroso, pero aún así, el profesor parecía estar bastante tranquilo. Seguramente esto era efecto de la poción que le daba el profesor Snape. 

Al estar completamente transformado, el profesor se quedó quieto en su lugar, arañándose la cara y lanzando de vez en cuando gemidos lastimeros. Me empecé a preocupar de que se hiciera demasiado daño, o de que la poción no tuviese demasiado efecto esa noche, así que estando transformada en el ave, traté de soltar una melodía lenta y tranquila, como una canción de cuna. 

Luego de unos segundos, el profesor pasó de estar parado a estar sentado, y empezó a dejar sus garras a su costado, cayendo dormido en el suelo del lugar. Una vez que lo único que se escuchaba eran los ronquidos del profesor, volé hasta su bolso y lo tomé con mis garras, dejándolo más cerca de él. Luego, desde una distancia prudente, me volví a transformar en humana. Saqué mi varita e hice aparecer una manta gris, la cual con sumo cuidado dejé sobre el profesor. De la nada, se movió algo bruscamente, y me transformé rápidamente en el ave, volviendo hasta el marco de la ventana.

Charlotte y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora