Capítulo 53

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-¡Chicos! -Hermione nos tiraba de la manga a cada uno-. Tenemos solo diez minutos para volver a la enfermería sin ser vistos, antes de que Dumbledore cierre la puerta con llave.

-De acuerdo -dijo Harry-. ¡Vamos!

Corrimos hacia la puerta que teníamos detrás y bajamos de a uno por una estrecha escalera de caracol. Al llegar abajo escuchamos voces. Nos pegamos a una pared y escuchamos. Parecían ser Fudge y Snape, caminando deprisa por el corredor que comenzaba al pie de la escalera.

-... Solo espero que Dumbledore no ponga impedimentos -decía Snape-. ¿Le darán el beso inmediatamente?

-En cuanto llegue Macnair con los dementores -respondía el ministro-. Todo este asunto de Black ha resultado muy desagradable. No tiene idea de las ganas que tengo de decirle a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán entrevistarlo, Snape... Y en cuanto el joven Harry vuelva a estar en sus cabales, también querrá contarle al diario como lo salvó.

Apreté los puños con fuerza mientras la hipócrita sonrisa de Snape se entreveía cuando él y el ministro pasaban ante el lugar en el cual nos escondíamos. Sus pasos se perdieron, pero aún así, los chicos y yo esperamos unos segundos antes de salir de nuestro escondite, y echar a correr en la dirección opuesta. Bajamos un par de escaleras, continuamos por otro corredor y oímos una carcajada delante de nosotros.

-¡Peeves! -susurró Harry, tomándome de la muñeca y llamando la atención de Hermione-. ¡Entremos aquí!

Corrimos a toda velocidad y entramos a un aula vacía que encontramos a nuestra izquierda. Peeves iba contento dando saltos, riéndose a mandíbula batiente.

-¡Que horrible! -exclamó Hermione, que tenía el oído pegado a la puerta-. Estoy segura de que se ha puesto así de alegre porque los dementores van a ejecutar a Sirius... -miró su reloj-. Tres minutos, chicos.

Aguardamos a que la risa malvada de Peeves desapareciera por completo, y entonces salimos del aula y volvimos a iniciar la carrera.

-Hermione, ¿qué ocurrirá si no llegamos a tiempo?

-La verdad Harry, no quiero ni pensarlo -respondió Hermione, mientras volvía a mirar el reloj-. ¡Un minuto!  -llegamos por fin al pasillo de la enfermería-. Bueno, ya podemos oír a Dumbledore. ¡Vamos, chicos!

Seguimos por el corredor lo más cautelosamente que pudimos. La puerta se abrió y vimos la espalda de Dumbledore.

-Voy a encerrarlos -lo escuchamos decir-. Son las doce menos cinco. Señorita Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

El director salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó su varita, seguramente para trabarla con magia. Al ver eso, nosotros nos acercamos rápidamente a él. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo su bigote.

-¿Bien? -nos preguntó en voz baja.

-¡Lo logramos! -dijo Harry jadeante-. Sirius se ha ido montado en Buckbeack...

Dumbledore nos sonrió ampliamente.

-Bien hecho. Creo... -escuchó con atención por la puerta de la enfermería-. Sí, creo que ustedes también se fueron. Entren. Los encerraré.

Así que algo más aliviados, volvimos a entrar en la enfermería. Estaba vacía a excepción de Ron, que seguía en la cama. Luego de oír la cerradura, los tres nos metimos a nuestras respectivas camas. Hermione volvió a esconder el giratiempo dentro de su túnica, y un instante después, Madame Pomfrey volvió de su oficina con paso enérgico.

-¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora, ocuparme de mis pacientes?

Se veía de muy mal humor, así que ninguno puso queja cuando ella nos empezó a dar chocolate. Ella se quedó observándonos mientras comíamos el dulce, aunque a decir verdad, me costaba tanto tragarlo como si fuera una pastilla en seco. La adrenalina que sentía, aún no se iba de mí, y los nervios me comían al pensar en que pasaría una vez que supieran que Sirius estaba libre. Y entonces, cuando ya íbamos por el cuarto trozo de chocolate, escuchamos un rugido furioso, proveniente de algún lugar distante, fuera de la enfermería.

Charlotte y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora