Capítulo 4

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Al pasar los días, Harry y yo empezamos a buscar a Ron y Hermione con más esfuerzo, y he de admitir que a Oliver también, por mi parte, pues durante estos días, en donde quedaba menos para el primero de septiembre, llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts. Nos encontramos con Seamus y Dean en el negocio de Artículos de Calidad para el Juego de Quidditch, donde también ellos se comían la Saeta con los ojos. Luego también nos encontramos con el verdadero Neville, que estaba en la entrada de Flourish y Blotts, pero no nos detuvimos para charlar, pues el pobre parecía haber perdido su lista de libros y su abuela lo estaba regañando. Me pregunto si algún día se enterará de que Harry se hizo pasar por su nieto.

El último día de vacaciones, ya no tenía mucha esperanza de encontrar a los chicos, y me levanté para acompañar a Harry a contemplar la Saeta de Fuego por última vez, y luego cuando nos preguntábamos a donde podríamos ir después, escuchamos que dos vocecitas nos llamaban.

-¡Harry! ¡Charlotte!

Nos volteamos y allí estaban, sentados en la terraza de la heladería del señor Fortescue. Ron, más pecoso que nunca y Hermione, muy tostada, ambos llamándonos la atención con la mano.

-¡Por fin! -dijo Ron cuando nos sentamos, sonriéndonos de oreja a oreja-. Hemos estado en el Caldero Chorreante, pero nos dijeron que habían salido, y luego fuimos a Flourish y Blotts, y al negocio de Madame Malkin, y...

-Compramos la semana pasada todo el material escolar -dijo Harry-. ¿Y cómo se enteraron de que nos alojábamos en el Caldero Chorreante?

-Mi padre -contestó Ron.

Claro. El señor Weasley trabaja en el ministerio de la Magia, seguramente se enteró por allí que estábamos aquí.

-¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? -dijo Hermione con voz severa.

-Fue sin querer -respondió Harry, mientras Ron se reía a carcajadas-. Perdí el control.

-No tiene ninguna gracia, Ron -dijo Hermione con cara seria- Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.

-A mí también -admitió Harry-. No solo expulsado: lo que más temía era ser arrestado -miró a Ron-. ¿Tú padre no sabrá por qué Fudge me ha perdonado?

-Probablemente porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? -se encogió de hombros sin dejar de reírse-. El famoso Harry Potter -por un segundo la frase me recordó a Malfoy, pero en boca de Ron, sonaba más simpática-. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar, porque mi madre me habría matado. De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrán venir con nosotros a King's Cross. ¡Ah, y Hermione también se aloja allí!

Ella asintió con la cabeza, y cambiando su seriedad por una sonrisa.

-Mis padres me trajeron esta mañana, con todas mis cosas del colegio.

-¡Espléndido! -dije con alegría-. ¿Ya compraron todas sus cosas para este año?

-Miren esto -dijo Ron, sacando de su mochila una caja delgada y alargada, abriéndola-. Una varita nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros -señaló una mochila grande que tenía debajo de la mesa-. ¿Y qué les parecen los libros monstruosos? El vendedor casi se echa a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.

-¿Y qué es todo eso, Hermione? -le preguntó Harry, señalando, no una, sino tres mochilas a punto de reventar.

-Bueno, me he inscrito en más asignaturas que ustedes, ¿recuerdas? -dijo ella-. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Runas Antiguas, Estudios Muggle...

Charlotte y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora