Capítulo 38

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Al día siguiente, luego de que acabara la jornada de clases, fui hasta el despacho del profesor Dumbledore, para poder llevar a cabo el procedimiento. Nuevamente tuve que esperar unos minutos antes de que el director apareciera detrás de su escritorio.

-¿Estás lista? -me preguntó, y asentí-. Creo haberte mencionado que en el momento en que te transformes la ropa y joyas que lleves puestas pasaran a ser parte de la piel del animal en el que te conviertas. ¿Estás segura de que quieres hacer la transformación con la túnica del colegio?

-Tiene un buen punto, profesor -Dumbledore fue a buscar algo, y entonces saqué mi varita y con un hechizo invoqué ropa más normal: una remera blanca con detalles rojos, junto a un pantalón negro y unas botas café. Con otro movimiento me cambié, enviando mi túnica de vuelta a la sala común, justo al tiempo que el profesor volvía.

-Me temo que tendremos que ir a un lugar más amplio -me dijo, extendiéndome su brazo-. Esperaré a que estés lista.

-Prefiero ir rápido y ya, de todas maneras estoy segura de que me marearé -le comenté cerrando los ojos y tomando su brazo.

Creo que escuché una leve risa de parte del profesor Dumbledore, pero no lo comprobé, pues en ese momento volví a tener aquella desagradable sensación de estar apretujada y dar vueltas y vueltas. No debí haber comido esos dulces antes de venir.

Sin embargo, cuando puedo respirar correctamente otra vez, nada de lo que había en mi estomago salió de allí de manera asquerosa, como la última vez. Me incorporé y vi que estábamos en una casa vieja, bastante destartalada, con una puerta rota incluso, muebles rotos, y cada uno de ellos con arañazos. Me iba a acercar a una ventana para poder ver hacia afuera y tratar de reconocer el lugar en donde estábamos, pero el profesor Dumbledore se me adelantó.

-Estamos en la Casa de los Gritos, por si te lo preguntas -asentí-. Necesitabas un espacio amplio de preferencia. Esta es la última oportunidad que tienes de arrepentirte.

-No voy a desperdiciar todo lo que hice, y en lo que usted me ayudó justo en este momento -dije con seguridad y me dirigí al centro de la habitación. El profesor asintió y se fue hasta una orilla para recordarme las instrucciones.

-Primero tienes que colocar la varita en tu pecho -hice como me lo indicó-. Luego repites el conjuro que estuviste haciendo antes de que produjeras la tormenta eléctrica, y acto seguido, bebes la poción.

Respiré profundamente, y pronuncié el conjuro. Rápidamente, me bebí la poción de un solo trago, casi atragantándome con ella. Luego de unos segundos, empecé a sentir un dolor extremadamente agudo que se extendía por todo mi pecho, acentuándose en mi corazón,  donde mis latidos iban cada vez más rápido, hasta el momento en que a mis latidos se le sumaron otros. El pecho me dolía de tal manera que tuve que cerrar los ojos, y en mi mente empezó a formarse la imagen de un animal, de aquel en que me iba a transformar. 

El animal, era un ave, que tenia el cuerpo blanco perlado casi en su totalidad, a excepción de los extremos de sus plumas, que eran de color violeta burdeos, y del nacimiento de sus alas, que eran de un color parecido al rojo vino, que iba aclarándose hasta llegar a blanco ocupando poca zona del ala en sí. Su pico era de color negro por completo, lo mismo con sus ojos, y las patas y garras, eran de un color chocolate me atrevería a decir. 

Me sentía rara, y algo incómoda, pero el profesor Dumbledore me había dicho que no debía perder la cabeza, pues acabaría haciendo alguna tontería. Después de lo que me pareció una eternidad, me sentí cómoda nuevamente. Por un instante pensé que no había funcionado y que había vuelto a mi forma humana, pero cuando abrí los ojos, vi que mi vista estaba definitivamente a menos altura de lo que lo recordaba. Giré la cabeza, y vi que el profesor hacía aparecer un espejo frente a mí, así que volteé una vez más y pude ver a aquel mismo pájaro que había visto dentro de mi cabeza, solo que con una línea negra rodeando mi cuello, con unos detalles rojos en la parte inferior, como retratando mi cadena.

-Tyrannus forficatus -escuché decir al profesor Dumbledore-. Más conocida como una tijereta rosada, aunque claramente tomó tus rasgos personales. Y he de admitir que tu tamaño es bastante diferente al ave original; tú eres más grande -moví la cabeza de arriba a abajo-. ¿No quieres intentar volar antes de volver a tu forma humana?

Con emoción, empecé a batir lo que sentía como mis alas (se siente raro decir "mis alas", pero supongo que me acostumbraré), y de un segundo a otro, ya no me sentía tocar el suelo, y mientras más batía las alas, más me elevaba. Tuve un impulso y salí por una ventana rota, planeando por sobre Hogsmeade, hasta que consideré prudente volver, pues había dejado al profesor solo en la Casa de los Gritos. Una vez estuve de nuevo en el suelo, me habló:

-Recuerda que para volver a tu forma original, debes simplemente pensar en como te veías antes de la transformación -explicó-. Lo mismo funciona al querer convertirte en tu forma de ave.

Volví a mover la cabeza de arriba a abajo, y de espaldas al espejo, me visualicé con la ropa con la que había llegado al lugar. Esperé hasta sentirme cómoda de nuevo, y recién en ese momento me volteé a mirar mi imagen, ahora humana, en el espejo.

-Creo que la transformación salió de maravillas después de todo -comenté, mientras el profesor Dumbledore me extendía su brazo nuevamente para irnos de allí, una vez que hubimos quitado la evidencia de que alguna vez hubo una transformación de animagia allí.

Una vez de vuelta en el despacho, el director me dio unas últimas indicaciones al respecto, incluyendo entre ellas, el aún no contarle nada a nadie, y que si quería ayudar al profesor Lupin, tenía que estar atenta en las lunas llenas, pues él me recordó que no podía revelar más detalles sobre su condición. Luego de eso, volví a la sala común, presentando apresuradas excusas a los chicos sobre donde había estado, para luego ir con Hermione. Ella entiende que no puedo decir nada al respecto, y no me presionará para que suelte lo que hago, cosa que le agradezco. Aunque siento que cada día se me va a hacer más difícil ocultárselo a Harry, que aún no parece haberse creído por completo lo que le comenté.

Charlotte y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora