Capítulo 22

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Durante los siguientes días, en el colegio, no se habló de otra cosa que no fuera Sirius Black. Las especulaciones acerca de como había conseguido entrar cada vez se volvían más fantásticas, casi demasiado la verdad. Hannah, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de Herbología diciendo que Black podía transformarse en un arbusto florido.

En cuanto al retrato de la Dama Gorda, había sido reemplazado por nadie más que el caballerito que nos guio cuando intentábamos encontrar el aula de adivinación: Sir Cadogan. El cambio no le hizo gracia a nadie la verdad. El caballerito se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad, inventando contraseñas ridículas y complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.

-Está loco de remate -le reclamó Seamus a Percy-. ¿No hay otro disponible?

-Ninguno de los demás retratos quería el trabajo -dijo Percy, al que tampoco parecía hacerle gracia-. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la Dama Gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente como para ofrecerse como voluntario.

A mí sinceramente lo que menos me preocupa en estos momentos es sir Cadogan, aunque parezca sorprendente. Lo que me estaba poniendo los pelos de punta era que los profesores nos vigilaban a Harry y a mí de cerca, muy cerca. Demasiado. 

Se la pasaban buscando excusas para acompañarnos por los pasillos, y hasta Percy nos seguía a cada lugar al que íbamos, como un perro guardián demasiado cansador. Y si Harry y yo no íbamos al mismo lugar, se encargaban de que hubiera alguien con cada uno. Como guinda de la torta, la profesora McGonagall nos llamó a su despacho, y nos recibió de una forma tan sombría, que Harry y yo nos miramos preocupados. 

-No hay razón para que se los ocultemos más tiempo, chicos -nos dijo con seriedad-. Sé que esto los va a afectar, pero Sirius Black...

-Ya sabemos que nos busca a nosotros -le dije con voz cansada, cortando por lo sano.

-Es cierto -dijo Harry-. Oímos al señor Weasley cuando se lo contaba  a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de la Magia.

La profesora McGonagall nos quedó mirando con mucha sorpresa, y se tomó unos segundos antes de continuar:

-Ya veo. Bien, en ese caso comprenderán por qué creo que no deben ir por las tardes a los entrenamientos de quidditch -abrí la boca con sorpresa e indignación-. Es muy arriesgado estar ahí afuera, en el campo, sin más compañía que los miembros del equipo...

-¡Profesora, no puede hacernos eso! -le dije-. ¡Necesitamos entrenar!

-¡El sábado tenemos nuestro primer partido! -me apoyó Harry. 

La profesora se quedó meditando un instante. Estoy segura que tanto Harry como yo sabíamos que la profesora McGonagall deseaba que ganara nuestro equipo tanto o quizá más que nosotros. Al fin y al cabo, fue ella la que nos propuso a Oliver en primer año.

-Mmm... -la profesora McGonagall se puso de pie y observó a través de la ventana el campo de quidditch, apenas visible por la lluvia-. Bien, les aseguro que me gustaría que por fin ganáramos la copa... De todas formas, chicos, estaría más tranquila si un profesor estuviera presente. Pediré a Madame Hooch que supervise sus sesiones de entrenamiento.

No era una condición tan mala después de todo. Al menos aún podríamos ir a los entrenamientos, los cuales me sirven mucho para distraer la mente de mis preocupaciones.

A medida que se acercaba el primer partido de la temporada, el clima iba empeorando, pero eso no detenía al equipo de seguir entrenando duro, ahora bajo la atenta mirada de Madame Hooch. Entonces, en la última sesión de entrenamiento antes del partido del sábado, Oliver nos dio una noticia, no sé si de lo mejor.

Charlotte y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora